En América Latina, los dos países con mayor PIB son Brasil y México que, a su vez, también son los que tienen las mayores deudas públicas, aunque ninguno de los dos ha caído en crisis de su deuda, ni supera el 100% del PIB, un indicador que suele considerarse como problemático.
En la región se está transitando por un escenario económico mundial adverso y de menor crecimiento, lo que es desalentador ante los estragos que ya se observan fruto del impacto de la pandemia global.
El panorama de América Latina luce muy sombrío, fruto de que prevalece una desigualdad que se profundiza, al reconocer que hay cerca de 35 millones de personas que buscan trabajo y no lo consiguen. Situación que se ha profundizado a partir del horizonte laboral que se ha estructurado con la modalidad del teletrabajo impuesto por la crisis sanitaria y económica.
El mayor riesgo que enfrenta la región está dado por el desempeño económico, de cara al 2022, y un deterioro abrupto de las condiciones financieras para las economías emergentes, pues se trata de que los mercados emergentes, incluyendo América Latina, evidenciaron una importante reducción en los flujos de financiamiento externo, a la vez que aumentaron los niveles de riesgo soberano y se depreciaron sus monedas, en relación con el dólar. La realidad regional es que se ha entrado en una situación de hipersensibilidad, económica, social y política que incuba una implosión conjunta sin precedentes en la fase post pandemia.
Las tensiones económicas y políticas actuales solo conducen a un futuro incierto, que tiende agravarse, en la medida que los indicadores de la democracia en la región se deterioran, fruto de que se incurre en violaciones a las normas constitucionales y a la seguridad jurídica. Se asisten a un panorama económico y político, lleno de fragilidad que está perturbando la cohabitación en América Latina, convirtiéndola en una zona de alta vulnerabilidad explosiva, en la cual los gobiernos han reducido los espacios fiscales, monetario y la asistencia social.
Para comprender la gobernabilidad, a plenitud, se debe entender que una democracia es tal, cuando esta es apoyada por la mayoría del soberano, no por grupos dominantes o corporativos, ya que cuando estos se consideran mayoría, eso se tipifica como coerción y autoritarismo.
Pero resulta que la gobernabilidad reside en la capacidad de los Estados y los gobiernos democráticos para aprobar, poner en práctica y mantener decisiones necesarias para resolver los problemas sociales de un país, no para imponer reformas por caprichos e imaginaciones de voluntades particulares.
En tal sentido, la falta de credibilidad en los gobernantes y la desconfianza de la ciudadanía en las instituciones, inhabilitan al régimen político y debilitan su capacidad para la gobernabilidad, lo que se traduce en una reducción de los espacios democráticos. Por igual, cuando la violencia, la crisis económica y el deterioro social afectan a amplios sectores sociales, el malestar ante la política aumenta, y surge la posibilidad de desbordes impetuosos, lo que, a su vez, coloca la gobernabilidad en una situación de riesgos, por su fragilidad.
Se entiende que las políticas de Estado y los pactos entre las fuerzas sociales y políticas deben permitir que la gobernabilidad y competencia por el Poder dejen de ser inconciliables. Pero es que resulta inaceptable la posibilidad de éxito en la atención de los problemas de la pobreza, el deterioro social y la inseguridad, si no está blindada la gobernabilidad ya que no se resuelve el malestar de raíz, y para que esto sea posible se requiere la existencia de partidos y Estados fuertes, pues ambos son la plataforma de la democracia y, por ende, de la buena gobernanza.
Las evidencias empíricas han demostrado que en América impulsar los formatos de gobernanza con criterios corporativos ha resultado una total frustración ya que para lograr políticas públicas más eficaces, eficientes y democráticas se requiere desvincular las alianzas comerciales del Estado.
La gobernabilidad continúa, y es la asignatura pendiente en América Latina, lo cual se expresa en el escenario turbulento una economía de mucha fragilidad demostrada por la pandemia global.