*Por Luis Santos Burgos (*)
Las teorías del crecimiento económico establecen una relación vinculante entre la deuda soberana y privada con el Producto Interno Bruto (PIB), el monto de las recaudaciones y los déficit fiscales, entre otros. La tendencia histórica evidencia que los ciclos de expansión económica concuerdan con niveles altos y moderados de ingresos públicos, aunque no necesariamente en la misma proporción.
La crisis financiera global de 2007 impacto de manera adversa la expansión que venía observando la economía mundial, en razón de que en 2008 tuvo un crecimiento de 3%, inferior en 2% con relación al nivel obtenido en 2007 y negativo de 0.6% en 2009. La intensidad del impacto fue mucho más sentida en las economías avanzadas y en menor medida las de merados emergentes.
En efecto, la economía de los EE.UU disminuye su ritmo de crecimiento a 0.4% durante 2008 y negativo en 2009, 2.4%, mientras la zona euro, 0.6% y negativo de 4.1%, respectivamente. Las economías emergentes que hasta 2007 venían observando tasa de crecimiento promedio entre 7 y 8%, lo redujo a 6.1% en 2008 y en 2009 apenas logro crecer 2.4%. En el caso de AL y C, la economía durante 2008 experimenta una caída de solo 1.4% con relación al nivel (3.9%) obtenido en 2007, teniendo su mayor impacto en el 2009, dado que observó un crecimiento negativo de 2.6%.
En el periodo crítico de la crisis financiera 2008-2009, a pesar de haber reducido de manera drástica su ritmo de crecimiento, solo las economías emergentes lograron mantener tasas de crecimiento positivo, que pudiera estar explicado por su preponderancia en la cadena global de bienes servicios, los altos niveles de reservas y su presencia en los mercados de capitales que conserva este segmento de la economía global.
Los efectos de la crisis financiera en el comportamiento de la economía mundial produjo considerables desequilibrios en los balances fiscales a nivel global, debido a que la caída drástica del crecimiento económico impactó negativamente los ingresos por concepto de impuestos, lo que obviamente, condujo a un mayor nivel de los déficit fiscales y por tanto, aumento considerable de la deuda pública y privada a nivel global.
Durante la crisis financiera la deuda total o global que incluye la soberana y privada representó 215% del PIB durante 2009, un incremento de 20% con relación al 2007. Sin embargo, durante la crisis sanitaria de 2020 se incrementó en 29%, respecto al 227% del PIB que representó en 2019.
En el 2021 la deuda soberana y privada alcanza los US$296.0 billones, superior en US$19.5 billones, respecto al 2020, lo que representa 353% del PIB mundial. Mientras, las perspectivas apuntan a que la misma seguirá creciendo, de hecho, en el primer de 2022, la deuda global se sitúa en los US$305 billones
El aumento de la deuda global obedece a la expansión monetaria y las facilidades de liquidez habilitada por los bancos centrales, baja significativa en los tipos de interés, restructuración y venta de deudas, posibilitó un mayor endeudamiento de las empresas del sector real, así como un aumento de la deuda soberana debido a los esfuerzos fiscales en materia de trasferencias financieras a los hogares y los gastos para enfrentar la pandemia, que se estima en US$28 trillones.
Todo parece indicar que tanto el confinamiento que resultó del rebrote de covid-19, que afectó a China y la prolongación del conflicto entre Rusia y Ucrania, así como las sanciones económicas a nivel global impuestas por los EE.UU contra Rusia, dado su impacto en las materias primas y los precios del petróleo seguirá incidiendo en los déficit fiscales y por tanto, la deuda mundial. Y sobre todo, obstaculizando la dinámica del comercio y el proceso de globalización económica.
Los efectos de la crisis sanitaria y de conflictos geopolítico potencializan aún más la incertidumbre, lo que se expresa en niveles de inflación del tipo resistente, puesto que convierte en más activa la restricción monetaria. La tendencia apunta a mayor ajuste de las tasas de interés y aumentos automáticos de la deuda global, que en el ámbito fiscal implicará recortes sustanciales en los niveles del gasto con escaso espacio y con muy limitada posibilidad de aplicar subsidios y mucho menos, aplicar reformas tributarias.
(*) Economista, MA.