
Duele en lo profundo y también en lo superficial. Aunque intentemos cubrirlo con trabajo, compromisos o frases como “ya lo superé”, lo cierto es que el dolor no desaparece.
Se esconde, cambia de forma, pero sigue ahí, recordándonos que no basta con taparlo.
Paradójicamente, aunque muchos reconocen el peso de su herida, deciden quedarse en ella. ¿La razón? Lo conocido, aunque duela, se siente más seguro que lo desconocido de la sanación. El dolor termina convirtiéndose en una especie de refugio falso: incómodo, pero familiar.
Y la sanación, que implica movimiento, conciencia y transformación, se percibe como un salto incierto.
Lo cómodo siempre resulta más tentador que lo que exige valentía. Sin embargo, permanecer en la herida significa limitar la vida a la repetición de lo mismo. La plenitud requiere un paso distinto: mirar de frente aquello que duele y decidir atravesarlo.
Yo también estuve ahí. Creí que era mejor acostumbrarme al dolor que arriesgarme al cambio. Pero descubrí que, cuando eliges vivir el proceso con conciencia, la sanación deja de intimidar y comienza a liberar.
La herida deja de ser prisión y se convierte en impulso para la evolución personal. Sanar no significa olvidar lo que pasó, sino despertar dentro de tu propia historia y abrirte a transformarla.
Es una decisión que da miedo, sí, pero es el miedo el que anuncia que estás cruzando hacia un nuevo nivel de vida. Este martes 9 de septiembre se celebrará el Taller de Constelaciones: Abundancia y Prosperidad, un espacio para reconciliarte con tu historia y permitirte vivir en plenitud.
Porque la verdadera libertad comienza cuando decides dejar de habitar en la herida y eliges aventurarte hacia la sanación.