-¿Qué fruta es esta? pregunté. –Esa es una Chironja-, me respondió uno de los especialistas. –“Parece una china de tamaño grande”, dijo. -“Ahh, además tiene un sabor parecido al de la china y su cáscara, su aspecto esponjoso, es como de una toronja”, comenté.
Técnicos e investigadores me dieron a probar ese cítrico de característica diferente, un fruto totalmente distinto a los demás desarrollados en el centro experimental del lugar. Había llegado a Jarabacoa donde estaba ubicado este centro de investigación agrícola de la entonces Secretaría de Estado de Agricultura (SEA) donde yo laboraba. Fui enviado a este centro a buscar información para hacer un reportaje sobre experimentaciones que allí se realizaban sobre diferentes plantas y frutas.
-“Esta Chironja es un resultado exitoso del cruce de naranja dulce con toronja”, me explicó uno de los especialistas del lugar. El nombre de esta fruta me resultó extraño. Se trató de un nuevo cítrico logrado a base del ingenio y tenacidad de investigadores que mostraban entusiasmo y orgullo al momento de exponer los resultados de sus experimentos.
Transitamos entonces la época del auge que registraron los centros de investigación agrícola y pecuaria en el país. Estos se ganaron el respeto y la notoriedad como fruto de los resultados que mostraban a la sociedad sobre sus prácticas experimentales.
La añoranza es madre del recuerdo. Y son estas nostalgias que nos llevan a recordar aquel centro de investigación agrícola que tenía Agricultura en San Cristóbal, las prácticas experimentales que se realizaban en el desaparecido CEAGANA, que contribuyeron a mejorar la calidad de los animales vacunos; el Laboratorio Veterinario Central (LAVECEN), el Consejo Nacional de Pesca y Acuicultura (CODOPESCA), las investigaciones que se realizaban sobre la calidad del café y cacao.
Nos llega a colación aquel icónico proyecto de investigación sobre el arroz desarrollado por el científico taiwanés, doctor Yin T. Hsieh, considerado “Padre del arroz dominicano” por su contribución para aumentar la productividad del cereal a niveles” nunca vistos en el país.
Los centros de investigaciones nacionales son enclaves para el sostén del desarrollo, especialmente en situaciones como las que vive ahora el mundo. Es evidente que estamos frente a un reordenamiento del Orden Mundial, con todo lo que eso implica.
Por un lado, Estados Unidos, Europa y sus aliados se aferran al llamado Mundo Unipolar regido por el poderío de la más grande potencia económica y militar del mundo, Estados Unidos de América; por el otro lado, está la República Popular China (RPCH), Rusia y demás países integrantes del bloque del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, más otras naciones que se han ido agregando), que empujan hacia un Orden Multipolar en el que, según afirman, no debe primar la hegemonía de una nación ni el dólar americano sobre la economía mundial.
Algunos expertos señalan que “la sangre no llegará al río” en la disputa entre estas potencias antagónicas. Aseguran que las mismas llegarán a un punto de equilibrio, ya que sus líderes saben más que nadie que una lucha frontal sería desastrosa para toda la humanidad, dado los volúmenes de armas nucleares que poseen ambos lados.
Mientras tanto, nuestro país tiene que prepararse para enfrentar la eventualidad de una conflagración global que afectaría sobre todo el flujo de alimentos, materias primas para elaborar productos y los carburantes, en fin, se trabaría el comercio mundial.
Los centros de investigaciones científicas y tecnológicas serían entonces, junto con las universidades, los verdaderos soportes para la producción y suministro de los productos en cantidad y calidad que requiera la población hasta tanto se nivele el tráfico internacional.
Urge por tanto que se comience a pensar en relanzar estos centros, dotarlos de recursos económicos y humanos para que vuelvan a tener las principalías de antes.
Añoranza
Entre aquellos centros de investigación emblemáticos, cabe recordar al Instituto Dominicano de Tecnología Industrial (INDOTEC), que llegó a ser un referente en investigaciones y desarrollo de nuevos productos en la región de Centroamérica y el Caribe, y donde tuve el privilegio de laborar durante muchos años. El INDOTEC fue convertido en el Instituto de Investigación e Innovación en Biotecnología e Industria (IIBI) y por lo que se ve y se siente, a esa institución le ha sido difícil hasta ahora remontar a aquellos tiempos de gloria.
INDOTEC, por ejemplo, fue una de las instituciones pioneras en impulsar el uso de la energía renovable en el país (energía solar y eólica o del viento, del mar, etc.). También, promovió el uso de nuevos procesos tecnológicos en la industria, estimuló la agroindustria, la biotecnología, la acuicultura y preservación del medio ambiente. Poseyó la más completa biblioteca científico-tecnológica que existía en el país, con inversiones millonarias hechas por parte del Banco Central, debido a que era una dependencia de esta institución, como parte de una estrategia de para impulsar el desarrollo. INDOTEC no sólo era un centro de investigación, sino que se mantenía a la vanguardia en la adquisición de libros, fórmulas y enciclopedias de las más avanzados de la época.
Tenía –o tiene aún- una agroindustria experimental capaz de realizar y mejorar procesos de todos los ámbitos agroindustriales y uno de los laboratorios biotecnológicos más avanzados del área del Caribe, entre otros pespuntes, lo que le permitía contribuir a fortalecer el ritmo de las exportaciones de productos del agro.
Otra institución que gozó de mucho prestigio en el área de la investigación es el Instituto Dominicano de Investigaciones Agropecuarias y Áreas Forestales (IDIAF). Son incontables los aportes que ha realizado este centro al país. Pero ¿ha sido suficiente?
El IDIAF fue creado como organismo descentralizado del Estado dominicano mediante la Ley 289 del año 1985. “Posee cuatro Centros de Investigación, los cuales se encuentran ubicados en: La Vega (Centro Norte); San Juan de la Maguana (Centro Sur); Pedro Brand y el Distrito Nacional”. En su presentación se destaca que esta institución “tiene el reto de mantener y de ser posible superar los trabajos en mejoramiento genético, protección vegetal, manejo de los recursos agua y suelo, fitotecnia entre otras áreas”.
Los objetivos del IDIAF se enmarcan en la dirección y ejecución de la política de investigación-tecnológica del sector público agropecuario y forestal del país, así como “contribuir a elevar el nivel tecnológico de los productores agropecuarios y forestales…” Pero, ¿mantiene el IDIAF los estándares de aquellos tiempos?
Para aquella época gozaba también de gran prestigio la Finca Experimental de Engombe de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
El año pasado el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (MESCYT) aprobó 86 proyectos de investigación de 330 propuestas sometidas por las Instituciones de Educación Superior (IES) con una inversión de 654 millones de pesos. En ese ambicioso programa de financiamiento a la investigación no se citan los centros tradicionales de investigación. Desconocemos las razones.
Los citados recursos, de los que se hizo eco la prensa nacional, están destinados a promover investigaciones en las áreas científicas, tecnológicas, de salud, energía y el campo de las ciencias sociales, a través de las universidades del país.
El presidente Luis Abinader se ha planteado elevar ese financiamiento a la loable suma de mil millones de pesos para el año 2024, pero según el viceministro del MESCYT, doctor Genaro Rodríguez Martínez, todo dependerá de “los proyectos que puedan presentar las academias”.
Ojalá este sea el inicio del resurgimiento de un nuevo apogeo de las investigaciones y de resultados positivos para la sociedad dominicana. Pero ¿cuándo también se dispondrá de recursos para impulsar a los centros de investigación de las áreas agropecuarias y agroindustriales?
Retorna a mi memoria aquellos tiempos en que los especialistas y técnicos que realizaban estas experimentaciones eran bien valorados por la población y gozaban de gran prestigio en la prensa nacional que les entrevistaba y daba cabida en sus páginas –incluso con despliegue en portadas- a los frutos de sus investigaciones.
¿Dónde han ido a parar estos valiosos recursos humanos que no se sienten? Al país le ha costado una fortuna formar esta pléyade de profesionales. Lo último que conozco es que muchos de ellos han emigrado y se han integrado profesionalmente en otras sociedades. Otros, empero, ni siquiera ejercen sus conocimientos en otros lares. Algo lamentable.
¿Deberá el Estado diseñar políticas que aseguren a éstos el retorno a su Patria? ¿Es factible garantizar financiamientos especiales para que retornen e instalen sus propios negocios y pequeñas empresas a su vuelta al país?
No está de más pensar en eso. No está demás intentarlo.
*El autor es periodista.