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La basura como reflejo de la pobreza urbana

Santo Domingo.-La capacidad de las poblaciones para generar basura es inmensa, los niveles de urbanidad para tratar con ella desde su origen en las viviendas son mínimos y los recursos de los cabildos para vérselas con este residuo de la vida en grandes comunidades parecen limitados.

Cuando empezó la urbanización creciente de la población dominicana nadie pudo ver lo que esto implicaba para los servicios; el primero y muy notorio en colapsar fue el de la energía eléctrica. La “era de los apagones” empezó en los años 70, no porque ante no los hubiera, sino porque la puesta en las viviendas empezó a ser vista como un derecho.

El agua por cañería era también un servicio limitado, pero como en los barrios podían agenciársela en las “llaves públicas”, una práctica no muy alejada de la que tenía lugar en las comunidades rurales, en las cuales la familia la acarreaba desde ríos, arroyos y manantiales, no pasó de ser un tema vecinal.

Quienes vivían en las partes céntricas de las poblaciones podían contar con un servicio limitado de retiro de la basura, pero en los barrios marginales, por los que empezaron a expandirse las poblaciones hasta convertirse con el tiempo en ciudades, en algunos casos, este subproducto de la actividad humana era tirado en lotes vacíos y cañadas.

Junto con el servicio de agua por cañería, el de la disposición final de la basura sigue siendo el que más dolores de cabeza provoca en vecindarios y ayuntamientos, que parecen como si jugaran a acostumbrar a la gente darle una salida por cuenta propia.

Los pobladores de pueblos y ciudades no acaban de afrontar con la responsabilidad y el carácter debido a este aspecto de la vida en comunidad.

Para la población, operadores del negocio de limpieza, y también para los ayuntamientos, basura es basura, y ya.

Nadie parece dispuesto a clasificarla desde la casa, donde puede ser dividida y empacada según sus características: materia orgánica, cristales, metales, tóxicos, elementos integrados a equipos tecnológicos —baterías de teléfonos o computadoras, por ejemplo— con un enorme potencial contaminante, y bichos o animales muertos.

Todos estos elementos mencionados son considerados basura y van, juntos o reburujados, a la cañada, al montón improvisado en una acera, o al camión del ayuntamiento o de la empresa contratada para esos fines.

Las alcaldías son ineficientes. No tienen dinero y si llegaran a tenerlo es probable que lo destinarían a emplear a clientes políticos y no a organizar y gestionar la ciudad.
Mucha gente espera de un alcalde que recoja la basura. Deficiencias como el bacheo de calles les pueden ser excusadas, esta no.

*Por Eric Javier

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