Aunque todavía da coletazos, sobre todo entre quienes se resisten a aceptar su naturaleza puramente ideológica, el debate entre la economía planificada y la de libertad absoluta de mercado está zanjado: ambas posiciones lo perdieron. La economía planificada no es posible, porque equivale a meter siempre todos los huevos en la misma canasta. La libertad absoluta de mercado tampoco funciona porque termina beneficiando solo a los más fuertes.
Casi todos los países del mundo han optado por un punto medio entre estos dos extremos. Es el caso de la República Dominicana, que aprovecha la creatividad y el impulso productivo de las personas, y los potencia con la capacidad del sector público para crear condiciones en las que los ciudadanos puedan hacer prosperar sus negocios.
Sorprendentemente para muchos, una de las vías para hacer esto es la Administración pública.
¿Cómo puede la Administración, con la burocracia que la integra, servir de ayuda a la iniciativa privada? Brindándole lo que es tan elusivo para el mercado: predictibilidad. La Administración es el sostén institucional de las reglas de juego que evitan que el sistema de intercambio y colaboración, necesario para la existencia del mercado, caiga en el caos. Y esto, a su vez, posibilita que quienes participan en el mercado, en cualquier función, puedan determinar con un grado de certidumbre razonable cuáles serán las consecuencias de sus actos.
De ahí que, por extraño que parezca, la burocracia administrativa juega un importantísimo papel en hacer posible las inversiones y transacciones sin las que el mercado no puede existir. Pero esto requiere que la administración opere apegada a los principios del debido proceso administrativo previsto en el artículo 69.10 constitucional.
La arbitrariedad y la predictibilidad son incompatibles, de ahí el papel que el debido proceso juega en la libertad económica y en el funcionamiento adecuado del mercado. Actuar apegada a la letra y el espíritu de la ley es una de las mayores garantías que la Administración puede ofrecer a las personas. Para quien hace negocios, es mejor un mal resultado predecible que la incertidumbre.