Bien dice el viejo adagio, “el corazón de la auyama nada más lo conoce el cuchillo”… y es bueno recordarlo cada día, pues cada vez es más común opinar de la vida del otro, llegando hasta a emitir juicios a favor o en contra, como una manera de “mirar la paja en el ojo ajeno sin mirar la viga de nuestro propio ojo”, olvidando que “con la misma vara que medimos seremos medido” … y así, de dicho en dicho, de refrán en refrán, y de cita en cita, debemos recordar lo fácil que puede ser para unos opinar y criticar lo que los demás hacen, deciden o viven…
Qué fácil es olvidar nuestras propias limitaciones, incapacidades, errores y malas decisiones al creernos con el derecho de valorar como positiva o negativa tal o cual acción.
Es tiempo, talvez, no de entender a los demás, pero sí de aceptar que todos tenemos diferencias y que cada quién toma las decisiones que entiende correcta.
Al fin y al cabo, como les digo a mis hijos, cada quien debe vivir con sus consecuencias y es precisamente esa la esencia del “libre albedrío”: todos podemos decidir, pero al hacerlo tenemos que afrontar las consecuencias de nuestras propias acciones. Sin importar lo que opinemos o consideremos, cada quien está dotado del poder de elegir.
Ahora la pregunta del millón es: ¿te gustaría que otras personas opinaran de tu vida sin saber o te juzgaran con su limitada manera de ver la vida? Creo que no. Entonces, la regla de vida es “no hacer al otro lo que no queremos que nos hagan, ni mucho menos opinar de aquello que no tenemos conocimiento. Así se desarrolla el respecto a los demás y a ti mismo.