No murió el patricio Juan Pablo Duarte en República Dominicana. Por las circunstancias políticas de la época y también por su propia decisión, terminó sus días el 15 de julio de 1876, en Venezuela.
En 1884 sus restos mortales son repatriados a Santo Domingo. El 27 de febrero de 1944 se cumple con la disposición de trasladar sus restos junto a los de Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella, y los tres son llevados de manera solemne al Altar de la Patria, como panteón definitivo.
Sin el patricio Juan Pablo Duarte, que nació el 26 de enero de 1813, República Dominicana no viviría un presente de libertades plenas.
No habría un registro histórico consistente de innúmeros compromisos patrióticos. Con Duarte, aferrados a sus ideales, tendremos futuro, contrario a los que puedan pensar los pesimistas. En Duarte, su ideario y sus múltiples sacrificios están la revelación y la fortaleza de nuestro presente, y además, el camino para avanzar hacia un mejor destino.
No se trata de que hoy, aniversario de su fallecimiento, nos acordemos con apego a la nostalgia de él. Durante los 12 meses del año vivimos días de eterna gratitud y reconocimiento de lo que hizo y hace por nosotros, a través de la inmortal herencia de sus ideas.
Este 15 de julio no solo conmemoramos el momento de su partida. Vamos más allá de esta fecha luctuosa y apostamos a ese gran compromiso que tenemos los dominicanos de fortalecer las instituciones y los valores cívicos como sociedad, para pasar a un periodo donde prime el imperio de la ley y el respeto de la Constitución, madre de todas las leyes.