En Haití se transita por una profunda crisis estructural de orden política, social y económica que trastorna la vida cotidiana de todos los ciudadanos de ese país.
Con unos elevados índices de inflación, pobreza y desigualdad que se agudiza con la escasez de alimentos y niveles de desempleo injusto para una población que supera los 11 millones de habitantes, razón por la es considerada como la más pobre del hemisferio occidental.
Los indicadores sociales y macroeconómicos son las evidencias de la situación de calamidades y malestar que arrastra Haití desde su fundación. En efecto, en el orden social todos los indicadores muestran un agudo deterioro reflejado en el índice de desarrollo humano de 0,483, una tasa de fecundidad de 22.31 nacimientos por cada 1000 personas, y de 7.83 muertes por cada 1,000 personas, la cual se produce en medio de una densidad poblacional de 406 habitantes por Km2.
En el Ranking global de paz, Haití ocupa la posición 111, a lo que se agregan unas tasas de suicidio de 11, 22 y 6,68 por cada 1000 habitantes, respectivamente, lo que permite interpretar que se trata de un país con altos niveles de violencia. En adición, existe un alto nivel de riesgo de padecer hambre, impulsada por una concatenación de devastación y de crisis, los desastres naturales y una galopante inflación, situación que ha colocado a más de 5 millones de seres humanos a sufrir y padecer de inseguridad alimentaria.
A la radiografía descrita se agrega que en Haití, seis de cada diez habitantes viven con menos de dos dólares al día, en tanto, que la pobreza alcanza un nivel de 60%, esto es, 6,3 millones, mientras que la pobreza extrema es desgarradora con un 24%, abarcando 2,5 millones de personas y un coeficiente de inseguridad alimentaria crónica de 50%. Por igual, el 22% de los niños están afectados por desnutrición crónica y el hambre castiga a 2,1 millones de personas y el requerimiento de ayuda humanitaria supera un millón de personas.
El panorama económico es igual de complejo como el panorama social, en virtud de que la pobreza, la corrupción, la vulnerabilidad a los desastres naturales, y los bajos niveles de educación son de significativa proporción poblacional, lo que en la realidad se traduce en una barrera gigante para lograr el crecimiento económico de Haití.
En efecto, posterior al terremoto del 2010, la economía haitiana alcanzó un crecimiento de alrededor de un 4,1%, pero durante el periodo 2012-2020 la tasa de crecimiento del PIB, promedio, registró una contracción por el orden de -3,2% y la inflación de un 25,6%.
Los daños producidos a la economía haitiana por el terremoto del 2010 fueron desastrosos con una pérdida de US$7.900 millones, equivalente al 120% del PIB y lanzando a 1,5 millones de personas a quedar desamparados. Por tales razones, la comunidad internacional decidió condonar los compromisos de empréstitos de ese país, sin embargo, al cerrar el 2020 la misma había repuntado a niveles alarmantes al representar un 25,13% del PIB, es decir, US$3.594 millones, colocándose de esta manera en la economía que ocupa la posición 129, de acuerdo con el tamaño del PIB.
Otro duro golpe para la economía haitiana ha sido el índice de percepción de la corrupción del sector público de 18 puntos, siendo uno de los países con mayor corrupción de 179 países y un índice de fragilidad colocado en el lugar 102. Tal situación es lo que explica que Haití se encuentre en el lugar 182º de 190 que conforman el ranking Doing Busines, indicando esto que existen grandes dificultades para hacer negocios.
En síntesis, el cuadro tétrico que vive la nación haitiana se puede puntualizar en la presencia de altos niveles de pobreza y desastres, inseguridad creciente e insostenible y la inestabilidad política reinante desde su fundación. Se trata de problemas estructurales ancestrales que frenan el crecimiento económico y el progreso de ese país, fruto de un Estado débil que desconoce la institucionalidad, explicando todo ese malestar el magnicidio contra el Presidente Jovenel Moïse.