Infeliz, el mundo no gira en torno a ti

Infeliz, el mundo no gira en torno a ti

Infeliz, el mundo no gira en torno a ti

Aunque usted no lo crea, hay gente que se amarga (y si lo dejas te amargan) todo el fin de semana porque nadie le dio “like” (me gusta) a su última publicación en Facebook o porque no pusieron su linda foto en Instagram.

Desafortunadamente, nos hemos vuelto cada vez más susceptibles y por tanto vulnerables ante nimiedades.
Y no crea que me refiero solo a analfabetos o adolescentes “inmaduros”. Aquí se incluyen personas mayorcitas, profesionales, artistas, “influencers” exitosos, por supuesto que ahí no pueden faltar los “líderes” políticos. El que menos usted se imagina entra en “depre” ¡por un ‘like’!

Tanto es así que hay quienes con tal de conseguir “likes” para su video están más atentos a grabar que a impedir un abuso, incluso un crimen. Tal es el caso de un hombre que golpeó salvajemente a su pareja delante de sus tres niños, mientras que el “periodista” se limitaba a grabar ese hecho atroz.

Es que, hoy en día, cada persona se cree el centro del universo. El hombre, cada hombre (y mujer), se cree único e irrepetible, y peor aun, imprescindible. Y esto viene de lejos.

Hace unos 70 mil años que los humanos se convirtieron en los megadepredadores de la historia, según explica el profesor Yuval Noah Harari en su ya célebre obra “Sapiens”.

El dominio del fuego, la agricultura, poder domesticar animales y el uso del lenguaje, permitieron al hombre dar un salto hacia la cúspide de la cadena alimenticia. Así, lo que a otros animales les tardó millones de años, el “homo sapiens” lo consiguió en un tiempo relativamente pequeño. Eso lo ha hecho creer que él también es un Dios.

Tan vanidoso es el humano, que cuando se dio cuenta que no era más que un animal insignificante, uno más entre millones, se inventó a Dios, un ser perfecto, y asume que es hijo de este y, más aun, que fue hecho a su imagen y semejanza.

Esta visión “ombligocéntrica”, tan propia de nuestros antepasados, se ha acentuado con el paso del tiempo y empeorado con las redes sociales. De ahí derivan muchos de nuestros grandes conflictos, en lo familiar, en las escuelas, las empresas y en la interacción entre naciones.

Es correcto y hasta saludable tener una valoración adecuada de uno mismo, pero no hay que exagerar, pues una cosa es la autoestima y otra el egocentrismo.

La autoestima tiene que ver con ese aprecio o consideración que uno tiene de sí mismo, lo que hasta cierto nivel no solo es saludable, sino necesario, para evitar que los mediocres y depredadores o el sistema te aplasten.

El egocentrismo, en cambio, se puede definir como una “valoración excesiva de la propia personalidad, que lleva a una persona a creerse el centro de todas las preocupaciones y atenciones”.

En cuanto a los dominicanos, más que en otros miembros de la especie “homo sapiens”, el “ombligocentrismo” lo llevamos en nuestro ADN, es parte de nuestra idiosincrasia.

Pero cuando ese egocentrismo enfermizo se liga con un poco de poder o fama, más una buena dosis de lambonísmo oportunista, entonces estamos ante una mezcla tan destructiva como la dinamita.

Por eso, cuando alguien llega a presidente en lo primero que piensa es en cómo quedarse en el puesto más allá de lo que dispone la ley. Y si tiene que aplastar a quien sea, lo hace.

En lo privado, para muchos individuos valen más los seguidores, los fans virtuales que los familiares y los amigos de carne y hueso.

Como individuos y como sociedad estamos obligados a superar esa visión estrecha de la vida y de nosotros mismos. Entender que, si bien somos importantes y que cada uno cuenta, ninguno es imprescindible.
Que por más “sapiens” que seamos, el mundo no gira a nuestro alrededor.
Que un compañero, un amigo verdadero vale más que mil “likes”.



German Marte

Editor www.eldia.com.do

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