La existencia de una creciente inestabilidad caracteriza la situación de buena parte del planeta. En América Latina y en diversas regiones del mundo se observa una escalada de conflictos o la emergencia de movimientos sociales con motivaciones asimétricas, pero que en la mayoría de los casos han desembocado en virulentas y masivas explosiones poblacionales.
Lo que ocurre hoy en Chile, en Haití, en Bolivia, Francia, Hong Kong, Irán, es una prueba de lo afirmado. Estos estallidos no han tenido dirección visible, pero no son espontáneos ni casuales, son el resultado de complejas realidades que ya no se pueden sostener.
Lo cierto es que debajo de los puntos visibles del iceberg existe una mole de razones que hace que la gente sienta esas realidades como situaciones que ya no se aguantan.
La gente, y particularmente los sectores populares, ya no se aguantan, está harta de las estructuras dominantes excluyentes, está harta de unas relaciones Estado-sociedad sin empatía, eficacia, ni pertinencia, donde instancias del poder dicen representar al soberano (al pueblo), pero actúan y deciden obviándolo, excluyéndolo de las deliberaciones y de los acuerdos.
Buena parte de la juventud de esos países ha dicho basta y se ha lanzado a las calles empujada por la desconfianza que tiene en las instituciones, por el disgusto que le ocasiona las promesas incumplidas de los políticos demagogos, por el desencanto de lo que pasa cada cuatro años. Como muchos han observado, en distintas regiones del mundo se asiste a una crisis de hastío, de confianza, de legitimidad.
Un componente importante de inestabilidad lo es también la actual coyuntura, en que el neoliberalismo se evidencia fallido, al encarnar un modelo económico incapaz, promotor de desigualdades y de poblaciones vulnerables.
Hoy se presentan manifestaciones hacia la baja en el crecimiento de la economía internacional y latinoamericana, hacia la baja en el crecimiento de la productividad, hacia la elevación de las tensiones comerciales mundiales, y es claro que esto contribuye a atizar la emergencia de los referidos movimientos.
Frente al panorama aquí descrito, y en lo que concierne a nuestro continente, cabe destacar el muy desafortunado papel jugado por la Organización de Estados Americanos (OEA), la que lejos de jugar roles equidistantes llega a fabular sobre la realidad, para servir a intereses muy parciales.
En el caso de República Dominicana, el nivel de hartazgo aun no conduce a las explosiones que se han producido, por ejemplo, en Chile y Haití. Muchos de nuestros partidos tradicionales, aunque desprestigiados, aun conservan importantes niveles de activismo y aliento, y varios destacados líderes del icónico movimiento “Marcha Verde” han decidido participar en la actual coyuntura electoral como candidatos y candidatas a diversos niveles.
Con ello parecen apostar por una nueva oportunidad para un sistema que en todo caso necesitará de cambios trascendentales para mantenerse.