¿Por qué Zygmunt Bauman? Pregunta de un lector amigo, a propósito de mis lucubraciones identitarias. Porque quise adentrarme en las complejidades de mi tiempo y mundo.
¿Qué mejor forma de hacerlo que de la mano de uno de los pensadores más radicalmente originales que ha tenido lugar a final del siglo XX e inicios del XXI? Bauman es el sociólogo de la posmodernidad, al definirla como un estado mental del descontento, la criticidad y la insaciabilidad, que generan una crisis del ser frente a su presente y su devenir.
La respuesta a la anterior pregunta se amplía con una perspectiva personal. Las relaciones de poder y la condición del sujeto en el proceso de modernización fueron temas de temprana preocupación para mí.
El pensamiento disruptivo y asistemático de Nietzsche me trazó pautas muy claras para intentar comprender la sociedad y el mundo de entonces.
Mi obra poética y ensayística fue marcada de forma significativa por el pensamiento de la sospecha y la escuela neonietzscheana.
Mis argumentos de los años 80 y 90 trataban sobre una literatura sin tesis, una ética de la forma y de la posibilidad de fundar una poética del pensar. Fueron encontrando asidero, contra viento y marea, en propuestas influenciadas por la filosofía y mis maestros en estética, lingüística y sociología.
Ahora, precisaba de alguien cuyas ideas me ayudaran a comprender mejor el mundo, la sociedad y el individuo actuales, esos que el propio Bauman llama modernidad, sociedad, sujeto y mundo líquidos.
Muy particularmente, ayudarme a desenredar la madeja de la identidad, más aún, de las identidades o la identidad múltiple del individuo actual, sus colectividades o comunidades, incluyendo las identidades digitales del modelo online.
Pensar la identidad, desde su pluralidad como identidades del sujeto posmoderno y global remite a transgredir ciertos límites de las fronteras y parcelas del conocimiento tradicional.
Ahondar en la identidad es un acto inseparable de una teoría del sujeto y del proceso moderno de individuación.
Concierne al individuo la problemática identitaria, que será matizada por un contexto que, en términos socioculturales, hará de su correlato. De ahí mi interés en reflexionar acerca de la complejidad del proceso de construcción identitaria en la sociedad presente.
El individuo y su política de vida se articularán con un tiempo, un espacio y una estrategia de producción y consumo signados por un constante proceso de licuefacción.
A este aserto correspondería la articulación de un sujeto posmoderno o líquido y la tarea de construcción o elección de su identidad o sus identidades efímeras, en un mundo posmoderno o líquido, analizados desde el aparato conceptual que, a su vez, posibilita una teoría líquida del discurso sociológico o filosófico, neologismos, giros lingüísticos figurados y nuevos conceptos.
En lo tocante a las identidades, con Bauman hemos pasado de aquellas de un tipo concebido para ser construido con diligencia y durar toda una vida a unas cambiadas por equipos de identidad listos para ser montados de inmediato y desmantelados de forma igualmente instantánea.
Actividades humanas como el trabajo, el erotismo y el amor adquieren una dimensión nueva. Ahora lo fundamental es la eliminación del compromiso con el otro.
La ilusión de la inmortalidad se vive en la actualidad de forma veloz, en el instante mismo en que se la piensa y su disfrute debe tener lugar aquí y ahora, sin que sea necesario que dependa de un tiempo distendido, caprichoso u objetivo.
Las identidades son, consecuentemente, mercancías de un mercado globalizado; son productos de constitución abstracta, perfectamente usables para propósitos concretos individuales o colectivos, incluso, acciones políticas, pero, definitivamente concebidos para que sean consumidos al instante, probablemente por única vez y luego desechados.