Hubo un tiempo…

Hubo un tiempo en el que las personas eran capaces de ver el mundo como un maremágnum de posibilidades.
Hubo un tiempo en el que las personas podían tener opiniones diferentes y aun así ser capaces de comunicarse y, en muchas ocasiones, darse cuenta de que ambas eran válidas y había puntos en los que se podía confluir.
En dado caso de que no pasara, cada uno se quedaba con su pensamiento y seguían relacionándose. Hubo un tiempo en el que no ocurría nada si decidías cambiar una opinión, hasta cambiar tus posturas hasta ese momento inamovibles.
Hubo un tiempo… Ahora nada de esto es posible. Estamos en un contexto en el que las personas parecemos más informadas, más empoderadas, más capaces… y en realidad hemos cortado las alas a nuestro cerebro (y hasta a nuestro corazón). Somos defensores de ideas y de ideales únicos, repetitivos y sobre todo de verdades absolutas.
Ya no hay espacio para el debate sano, para compartir pensares y sentires. Ahora todo es enfrentamiento, agresión y nulidad a la autocrítica. Creemos que lo que somos y pensamos es tan poderosamente cierto que consideramos todo lo demás negativo y, en ocasiones, hasta denostable.
Y me da igual en qué esfera de pensamientos y valores cada uno se ubique; ocurre en absolutamente todos los enfoques.
Creo que es lo único que real y efectivamente todos hoy en día tenemos en común. Creernos poseedores de la verdad absoluta, ser intransigentes hasta rozar el fanatismo y llevar una actitud constante y beligerante frente a todo y todos.
Hubo un tiempo en el que éramos capaces de anteponer el respeto, la educación y la ética frente a cualquier otra cosa, y eso nos permitía escuchar a otros, aun estando en desacuerdo. Hubo un tiempo… que ojalá regresara pronto.