Santo Domingo.- La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) celebra cada 16 de octubre, en más de 150 países, el Día Mundial de la Alimentación (DMA). El DMA ayuda a la FAO a promover la reflexión en favor de aquellos que padecen pobreza y hambre en el mundo.
Con el lema “El clima está cambiando. La alimentación y la agricultura también”, este año la FAO invita a los Estados y a la sociedad a reflexionar sobre la necesidad de cambiar las políticas públicas de agricultura y alimentación, especialmente ante el hecho de que el cambio climático exige una transformación en los modos de pensar y promocionar los sistemas agroalimentarios locales y regionales en los distintos contextos socioculturales y ecológicos del planeta.
La inseguridad alimentaria es uno de los temas más sensibles vinculado con los efectos del cambio climático. Es importante destacar que gran parte de las 800 millones de personas del mundo que sufren inseguridad alimentaria crónica son los pueblos indígenas, agricultores familiares, pescadores, pastores y recolectores; justamente los más afectados por eventos climáticos adversos.
Los efectos del cambio climático plantean múltiples retos: reducen los índices de crecimiento de la productividad y ejercen una mayor presión sobre los ya frágiles ecosistemas y sistemas alimentarios.
Estudios de la FAO alertan que el cambio climático está socavando la producción alimentaria, mientras que las prácticas y los patrones de desarrollo agrícola existentes amenazan los recursos naturales de los que depende la propia agricultura.
Para hacer frente a este complejo escenario, la producción, distribución y consumo tienen que cambiar hacia sistemas alimentarios sostenibles y resilientes.
Para la FAO es urgente aumentar la resiliencia de los medios y sistemas de vida de los agricultores familiares más pobres y más vulnerables, creando capacidades propias para que puedan obtener suficientes alimentos e ingresos para alimentar a sus familias y abastecer los mercados locales y regionales.
Según datos de la FAO, los actuales modelos de desarrollo agrícola están sobreexplotando y degradando los recursos naturales del planeta. La agricultura es responsable de aproximadamente el 70% del consumo mundial de agua, y cerca del 33% de la superficie dedicada a la agricultura se ve afectada moderada o gravemente por la degradación del suelo.
Esto socava la productividad y la resiliencia de la agricultura familiar campesina, así como la salud a largo plazo de los ecosistemas.
¿Cómo podemos adaptar la agricultura a los efectos del cambio climático y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI)?
La FAO recomienda a sus países miembros la implementación de una gestión sostenible de los recursos naturales, por ejemplo, reducir las pérdidas y el desperdicio de alimentos, evitar la deforestación y la sobrepesca, mejorar la gestión y la fertilidad del suelo, aumentar las prácticas que favorezcan la captación de CO2 en los bosques, reducir el uso de combustibles fósiles, integrar mejor la gestión del agua, promocionar la generación y el uso de energía alternativa y renovable y, claro, prevenir y prepararse para afrontar las crisis relacionadas con el clima.
José Graziano da Silva, director general de la FAO, ha asegurado que el sector agrícola debe transformarse no solo para conseguir la seguridad alimentaria y nutricional para todos, sino también para ayudar a abordar desafíos globales como el cambio climático.
De hecho, concretar los objetivos de la Agenda del Desarrollo Sostenible en 2030 supone implementar sistemas agrarios y alimentarios basados en un modelo productivo agroecológico en armonía con la Madre Tierra, y que al mismo tiempo logren incluir social y económicamente a los pueblos indígenas y la agricultura familiar comunitaria de base ecológica y social comunitaria.
Para lograr los cambios necesarios a los sistemas alimentarios todos podemos jugar un papel protagónico, sobre todo cambiando nuestro comportamiento y decisiones cotidianas.
Por ejemplo, podemos ser consumidores conscientes y éticos que cuestionen lo que compran y comen; podemos comprar solo lo que necesitamos, haciéndolo localmente y pensando en formas de reducir nuestros desperdicios y nuestra huella alimentaria.
Las inversiones en prácticas agrícolas sostenibles ayudarán a hacer frente al cambio climático aumentando la productividad, creando resiliencia entre las poblaciones vulnerables, y reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero.
El objetivo mundial para alcanzar el Hambre Cero supone la adaptación de los actuales sistemas agrícolas y alimentarios frente a los efectos del cambio climático.
Cortesía: La Razón