La hipertensión arterial sistémica en niños es un problema de salud pública emergente que requiere atención y prevención.
La hipertensión arterial sistémica es un problema de salud que aunque comúnmente es asociado a los adultos, se está convirtiendo en una preocupación creciente entre los niños.
Definida por la Academia Americana de Pediatría, esta condición se diagnostica cuando los valores de presión arterial sistólica (máxima) o diastólica (inferior) se encuentran repetidamente por encima de lo normal para la edad, sexo y talla del niño.
Ángela Vásquez, cardióloga pediatra de los Centros de Diagnóstico y Medicina Avanzada y de Conferencias Médicas y Telemedicina (Cedimat), enfatiza la importancia de iniciar la prevención de enfermedades cardiovasculares en la infancia y no sólo en la adultez, ya que a pesar de su relevancia como factor de riesgo cardiovascular, la hipertensión infantil a menudo pasa desapercibida, creando la necesidad de un mayor enfoque preventivo desde la niñez.
La especialista explica que la hipertensión arterial sistémica en niños representa un reto diagnóstico debido a su naturaleza asintomática y la variabilidad de los valores normales de presión arterial según la edad, el sexo y la talla, que hacen complicado recordar, complicando así la identificación temprana de la condición, por lo que se recomienda que los pediatras se mantengan atentos y consulten regularmente las tablas de normalización.
Prevención
Vásquez señala que la Academia Americana de Pediatría recomienda monitorear activamente la presión arterial en niños a partir de los tres años durante las revisiones de salud o durante sus rutinarias consultas pediátricas y de manera más estricta en aquellos con factores de riesgo como cardiopatías congénitas, nefropatías, trastornos del sueño, prematuridad, entre otros.
Plantea que la hipertensión arterial de origen secundario es más frecuente en edades más tempranas (lactantes, preescolares y escolares). Sin embargo, la hipertensión esencial o primaria (más frecuente en adolescentes y adultos), tiene sus raíces en la infancia, influenciada por factores genéticos y ambientales.
Indica, que es de suma importancia un historial clínico detallado para identificar factores de riesgo, tanto personales (peso al nacimiento, prematuridad con canalización de vasos umbilicales, apneas del sueño, infecciones urinarias, entre otros) como en los antecedentes familiares (hipertensión arterial sistémica, obesidad, síndrome metabólico); agrega que es crucial investigar el estilo de vida del niño, incluyendo su dieta y nivel de actividad física, mientras que en el caso de adolescentes, el posible consumo de sustancias como tabaco, alcohol o drogas.
Sugiere que fomentar una alimentación rica en verduras, frutas, fibras y grasas saludables y evitar las dietas altas en calorías, azúcares y grasas saturadas, esto permite mantener una presión arterial saludable y prevenir el desarrollo de enfermedades cardiovasculares en el futuro.
Una vez que se diagnostica la hipertensión en un niño, el siguiente paso es determinar el tratamiento adecuado.
Los estudios necesarios para identificar las causas subyacentes y valorar posibles complicaciones incluyen análisis sanguíneos, estudios de la función tiroidea, ecografía-Doppler renal, así como estudios en el corazón (radiografía de tórax, electrocardiograma [ECG], ecocardiografía); retina (fondo de ojo) y cerebro (tomografía axial computarizada [TAC] y resonancia magnética).
Destacando que la exploración física también es fundamental para orientar el enfoque diagnóstico, especialmente en casos donde se sospecha hipertensión secundaria.
La cardióloga Vásquez enfatiza la importancia de realizar estos estudios de manera oportuna para evitar complicaciones a largo plazo y asegurar un manejo adecuado de la enfermedad.
Tratamientos
El tratamiento de la hipertensión en niños puede incluir tanto enfoques no farmacológicos como farmacológicos.
Los cambios en el estilo de vida, como una dieta equilibrada, restricción de sal y ejercicio regular, son la primera línea de defensa.
La pérdida de peso no sólo reduce los valores de presión arterial, sino que también disminuye la sensibilidad a la sal, un factor importante en la regulación de la presión arterial.
El ejercicio físico, por otro lado, no sólo previene la obesidad, sino que también mejora la circulación periférica y ayuda a reducir la presión arterial.
Estos cambios en el estilo de vida son fundamentales en el tratamiento no farmacológico de la hipertensión infantil.
Sin embargo, en casos donde estos métodos no son suficientes, el tratamiento farmacológico bajo la supervisión de un cardiólogo pediatra puede ser necesario.
Es esencial que estos tratamientos se adapten a las necesidades individuales del niño, teniendo en cuenta su edad, nivel de actividad y la presencia de otros factores de riesgo.
Relación con afecciones
La hipertensión en niños a menudo se asocia con otros factores de riesgo cardiovascular que se interrelacionan y forman parte del síndrome metabólico.
Estos incluyen hipertrigliceridemia, hiperinsulinismo, obesidad truncal y resistencia a la insulina, todos los cuales contribuyen al desarrollo y complicación de la hipertensión. La dieta juega un papel crucial en la prevención y manejo de estos factores de riesgo.
Afecta la salud pública
Vásquez puntualiza que la hipertensión arterial sistémica en niños es un problema de salud pública emergente que requiere una atención y prevención proactivas desde la infancia.
Con el aumento de la obesidad infantil y otros factores de riesgo, es crucial que los profesionales de la salud y los padres trabajen juntos para identificar y manejar esta condición de manera temprana.
Resaltando que la prevención, a través de un estilo de vida saludable y el monitoreo regular de la presión arterial, es clave para asegurar que los niños de hoy crezcan con un corazón saludable y un menor riesgo de enfermedades cardiovasculares en el futuro.
Factores de riesgo
Entre los factores que más influyen en el desarrollo de la hipertensión en niños, la obesidad juega un papel principal.
Otros factores son el peso al nacer, el crecimiento posnatal y los hábitos dietéticos adoptados en las primeras fases de la vida, en particular una alta ingesta de sal.