
Posponer. Qué palabrita que tanto nos acompaña y la mayoría de las veces no sabemos por qué. Hablo de esas decisiones que no enfrentamos y evitamos poner en nuestra ruta de vida.
Eso que, cuando se acerca, cambiamos de rumbo porque no creemos estar preparados para hacerlo o, en otros casos, porque creemos que tenemos todo el tiempo del mundo para ello.
Y de repente, te levantas un día y la oportunidad ha desaparecido. Y no lo puedes posponer porque ya no es posible hacerlo, y un gran sentimiento de vacío te invade.
Y entonces te reprochas de mil maneras el no haberlo hecho cuando tuviste la opción, y se convierte el algo que arrastras el resto de tu vida.
Estoy totalmente convencida, así me lo regalan los años vividos, que no hay que posponer absolutamente nada. Que, si quieres trabajar en algo que te fascina, aunque todo el mundo esté en contra, lo hagas; si quieres decirle algo a alguien, pero tienes miedo o vergüenza, lo hagas, para que no te quedes con el sentimiento de qué hubiera pasado.
Y una de las cosas más importantes, no pospongas expresar tu pensar, tu sentir a las personas que son importantes en tu vida, hazles todos los homenajes que puedas cuando los tengas cerca, porque de nuevo cuando menos te lo esperes ya no estarán y sentirás que te faltaron demasiados sentires por decir.
Creo firmemente es que las cosas hay que hacerlas, vivirlas, aunque no resulten como esperamos, pero posponerlas esperando el momento perfecto es dejarlas en el olvido, porque ese momento es muy difícil que llegue.
Nos llenan de miedos, de dudas, de ideas de perfección, y en ese camino vamos cerrando puertas antes de abrirlas. La mayor liberación que vas a encontrar es dejar de posponer.