La pandemia del Covid-19 no tiene responsables directos. Hasta lo que se sabe ahora hay que atribuirle esa crisis a cosas de la naturaleza.
Pero acciones muy humanas, propias del sentimiento imperial de algunas naciones, han prolongado el daño que empezó con la pandemia a finales del 2019 y que se expandió por todo el mundo a principio del 2020.
Se trata de la guerra.
Una guerra que tiene su origen en el pulseo de potencias mundiales, está teniendo efectos desbastadores en todos los países y muy en especial en los países más pobres o los que están en vía de desarrollo, como es el caso de República Dominicana.
Las economías nacionales están sufriendo de manera alarmante y hasta se teme consecuencias sociales desestabilizadoras.
Los dominicanos lograron sobrellevar con relativo éxito los efectos de la pandemia del Covid-19 y las autoridades han abordado con energía las consecuencias iniciales de la guerra en Ucrania.
Pero como nación pobre, su capacidad de aguante tiene un límite que se agota más rápido que el de naciones con más riquezas.
Ahora la FAO alerta sobre otro fenómeno, consecuencia directa de la guerra en Ucrania: la combinación de aumentos de combustibles (petróleo y gas natural) y la materia prima para los fertilizantes utilizados en la agropecuaria están haciendo que los productores estén sembrando menos áreas y por tanto se está previendo futura escasez de alimentos a escala mundial.
Esa situación proyecta una combinación terrible: altos precios por la inflación y desabastecimiento.
El panorama obliga a gobiernos a tomar medidas preventivas. En el caso de la República Dominicana las mismas deben adoptarse teniendo en cuenta las profundas limitaciones económicas de una nación pobre.
Durante la pandemia algunos hablaban de economía de guerra, pues ya adoptar esa filosofía resulta impostergable.
Ahora se necesita determinación de las autoridades y compresión y apoyo por parte de la población.