Veía recientemente a un psiquiatra en sus redes quien después de 20 años tratando a personas en su consultorio, ha llegado a la conclusión sobre varias cosas que debemos hacer todos para ser más felices. Hay una en particular que recientemente he incorporado a mi vida.
Algo que me ha costado momentos intensos en mi madurez: es mejor ser feliz que tener razón. Y definitivamente no puedo estar más de acuerdo con esta aseveración ahora, en el instante vital en el que me encuentro.
Nos pasamos la vida defendiendo o argumentando nuestras posturas frente a todo y no hay mayor satisfacción que tener razón, bueno sí, que los otros te lo reconozcan.
Ahí es que uno cree ser feliz, haber ganado la batalla y eso te da más fuerza para seguir luchando por tu verdad. Y llega la siguiente y la siguiente… Pero no te das cuenta que en el camino has peleado, has perdido amigos, has incluso herido sentimientos.
Nada de eso importa siempre que se tenga la razón. Cuando te detienes a escuchar a otros antes de hablar, cuando te das cuenta que no todo es blanco y negro, que hay muchos matices y que los demás muchas veces también tienen la razón. Ahí te das cuenta que es mucho más satisfactorio dialogar, dejar que otros argumenten, reconocer que lo que piensas puede estar equivocado o que hay otra visión de lo mismo.
Y ahí es que realmente te sientes feliz, porque la gente no te huye, no se aleja, sino que mantienen conversaciones que en la mayoría de los casos te van a nutrir, que no quiere decir que te hagan cambiar de opinión.
Si buscamos ser más felices, que tener razón, al final llegaremos a sentirnos maduros, plenos y, evidentemente, más felices.
Y esa es la idea, ¿no?