Familia, oportunidades, escuelas y cárceles

Familia, oportunidades, escuelas y cárceles

Familia, oportunidades, escuelas y cárceles

En días recientes la atención estuvo centrada en la alta cantidad de presos preventivos a los cuales se les ha vencido el tiempo de estar sometidos a este tipo de coerción.

Al dominicano le gusta ver preso al infractor, aunque no se le haya probado la violación. Al Ministerio Público también. “Trancar” a una persona, particularmente a un hombre, es un castigo importante. Tal vez esto se debe a la mala fama de las cárceles en el país, muy lejos del ideal de reorientación de la conducta anómala y cerca, a veces muy cerca, del castigo corporal, si no directo como en tiempos aparentemente idos, indirecto por los efectos físicos de la mala alimentación, la exposición a condiciones insalubres, pobre atención médica y el riesgo permanente de resultar lastimado en una riña.

Los fiscales son duros y todos iguales, como si hubieran sido entrenados en una ruta tubular para reclamar las peores de las condiciones a las que pueda ser expuesta una persona sometida a un proceso ante la justicia.
Son los representantes de la sociedad cuando de perseguir a los infractores del orden público se trata.

Los infractores, una vez puestos en la vía de un proceso judicial, pueden despedirse de cualquier oportunidad. Y la sociedad también puede decirles adiós.

Desde los días en que sobre ellos pesa apenas la imputación, un punto en el que se les presume inocentes, gravita demasiado en su contra la opinión pública y la costumbre en los órganos jurisdiccionales de llenar las cárceles mientras se averigua si son realmente culpables.

La sociedad no es reflexiva en este aspecto. Si realmente quisiera tener una reducción significativa del delito lo atacaría en la familia, propiciaría más oportunidades de realización personal y dedicaría al desenvolvimiento de la escuela tanto interés como el que pone en la cantidad de dinero que se le debe destinar.



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