Ética del respeto

Ética del respeto

Ética del respeto

José Mármol

La ética, importante para los individuos y para la sociedad, desde los albores de la filosofía en la antigua Grecia, cobra para el mundo actual una relevancia de primer orden, con tal de poner diques de contención a tres tendencias que amenazan el futuro de la humanidad, a saber, el individualismo narcisista y depresivo, el consumismo delirante por efecto del culto universal al economicismo y al poder, y, por último, la alienación tecnológica.

Uno de los pensadores éticos por excelencia de la filosofía contemporánea, Hans Jonas, afirmó en su ensayo titulado El principio de responsabilidad (Herder, 1995, p.163) que “Aquello por lo que soy responsable está fuera de mí, pero se halla en el campo de acción de mi poder, remitido a él o amenazado por él. Ello contrapone al poder su derecho a la existencia, partiendo de lo que es o puede ser, y, mediante la voluntad moral, lleva al poder a cumplir su deber”.

acer que el poder cumpla su deber es uno de los grandes desafíos de la humanidad, porque implica una responsabilidad que engloba el ser de las cosas. Y englobar significa aquí un acto de amor.

Jonas subraya: “Si a ello se agrega el amor, a la responsabilidad le da entonces alas la entrega de la persona, que aprende a temblar por la suerte de lo que es digno de ser y es amado” (p.164). Esa suerte de lo que es digno de ser amado es, al mismo tiempo, mi obligación; y mi dignidad como persona responsable queda depositada en ese liberador acto obligatorio de entrega al otro, en su calidad de prójimo. Es de esta forma como se teje la solidaridad, hoy en bancarrota, entre los seres humanos. La actual generación debe velar por el presente para legar un mejor futuro a las generaciones venideras. Está en juego una ética que apuesta a la salvación del porvenir. Es la amenaza de acabar con el hombre lo que nos alienta a luchar por su propia preservación. A esto llama Jonas “heurística del temor”. Y a esta queda atada la bien denominada “ética del respeto”.

“El hombre libre -argumenta- exige para sí la responsabilidad que está ahí aguardando sin dueño alguno, y luego, de todos modos, queda sometido a las exigencias de ella. Al apropiarse la responsabilidad, pertenece a ella, ya no pertenece a sí mismo. La más alta y presuntuosa libertad del yo conduce a la obligación más imperiosa y desconsiderada” (p.170). Quien se aferra a valores humanísticos se deja poseer de su sentido de responsabilidad por el otro.

En su ensayo Alteridad y trascendencia (Arena Libros, 2014), Emmanuel Lévinas nos muestra que en el accionar ético del ser humano está la posibilidad de transformar la esperanza de un mejor futuro para la sociedad, migrándola desde una nostalgia hacia una probabilidad, un augurio. “Pensar el otro -dice Lévinas- procede de la irreductible inquietud por el otro. El amor no es conciencia. Es porque hay una vigilancia antes del despertar como el cogito es posible, de modo que la ética es anterior a la ontología. Detrás de la venida de lo humano hay ya la vigilancia respecto del otro. El Yo trascendental, en su desnudez, procede del despertar por y para el otro” (pp.79-80). Ese otro puede ser un extranjero, porque, para que haya “reencuentro”, el acontecimiento tiene que darse entre extranjeros, entre desconocidos; de lo contrario, se trataría de un “parentesco”. La sociedad del miedo en que vivimos hoy nos hace temer del otro más cercano. Estamos abocados a recuperar la confianza para hacer viable el proyecto humano. Sin respeto al otro no será posible.



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