El punto de intercambio comercial en la provincia de Dajabón constituye el segundo más importante de la línea fronteriza. ELIESER Tapia
Dajabón.-Acostumbrados a la vida rudimentaria, miles de soldados dominicanos cubren de manera permanente los 376 kilómetros del límite fronterizo considerando su labor como un estilo de vida, una acción patriótica o simplemente un trabajo común.
Algunos lucen cansados y malhumorados, otros enérgicos y dispuestos pero siempre, y tal vez por la naturaleza de su trabajo, desconfiados, incluso entre sí mismos.
Sus actividades no son cotidianas, sufren trastornos permanentes según el ritmo de cambios en el orden social que de manera recurrente sufre Haití.
El último de esos cambios ocurrió el pasado siete de julio cuando un comando armado asesinó al presidente haitiano Jovenel Moïse en su residencia.
“Ese día yo estaba de servicio y los jefes llegaron aquí de madrugada, más tarde enviaron refuerzos. En realidad uno nunca cree que vaya a pasar algo que lamentar, los habitantes de los pueblos de Haití cercanos a la frontera son casi siempre gente que depende en gran medida de los negocios aquí y cualquier altercado se mueren de hambre”, dijo a EL DÍA un suboficial del Cuerpo Especializado de Seguridad Fronteriza (Cesfront).
Los trabajos de su unidad están limitados a los puestos formales de intercambio fronterizo ubicados en Dajabón, Jimaní, Pedernales y Elías Piña.
Trabajan tandas de seis horas diarias, divididos en cuatro grupos de trabajo de carácter rotativo.
Son auxiliados por personal de las agencias de inteligencia que reportan todo lo sucedido, toman fotografías, graban videos y se acercan con preguntas inquisidoras a los visitantes o personas que no les resultan familiares.
A hierro y leña
La condición de los del Cesfront es privilegiada cuando se compara con la tanda de trabajo continuo que tienen, como ejemplo, la Fuerza de Aumento de Constanza conocidos como cazadores o los asignados a la operación Bayahonda. Los primeros hacen turnos corridos de ocho días y los segundos permanecen en sus puestos por veintiun días.
Unidades de entre diez y doce soldados utilizan de base pequeños cuarteles cuya energía eléctrica proviene del sol, la cual a su vez alimenta una batería, en caso de que funcione. Duermen en estrechos camarotes y cocinan a leña las raciones que les brinda el Ejército o las que consiguen, adquiriéndolas de los lugareños.
Cuando su jornada termina, son relevados, pero antes de llegar a casa deben viajar hasta su base principal para devolver el arma que se les había asignado.
Vida de líos
“Un guardia vive de lío en lío”, confiesa uno de ellos.
Los suboficiales cobran no más de 15,000 pesos, dinero que debe ser distribuido entre la compra familiar, el traslado a su lugar de residencia una vez concluye el servicio y algo para “darse unos traguitos”.
Firman contratos de trabajo cada cuatro años, siempre a la espera de mejores condiciones o de un ascenso, lo que a la vez les permitiría ocupar alguna posición de dirección la cual lleva consigo con un salario añadido.
“Esto es un trabajo normal, lo tomas o lo dejas. Para yo irme a Elías Piña a hacer nada, mejor me sigo aquí”.
Posición social
— Condición
La mayoría de los suboficiales del Ejército provienen de los sectores más empobrecidos de la sociedad, que ven en las armas su única alternativa de trabajo.
Jefe ERD dice aplican plan de seguridad
Plan. El jefe del Ejército, Mayor General Julio Ernesto Florián Pérez, aseguró que han desarrollado un programa de análisis pormenorizado, el cual les ha servido para reorientar su accionar en los aspectos de control y vigilancia en zonas vulnerables a los ilícitos.
Aseguró haber realizado remozamiento a puestos y destacamentos y que han construido nuevas estructuras principalmente en las zonas fronterizas.
“Esto ha sido posible gracias al superior gobierno, que nos ha brindado todo el apoyo necesario en su interés para mejorar la calidad de vida de los militares”, dijo.