La Corporación del Acueducto y el Alcantarillado de Santo Domingo ha iniciado la aplicación de un proyecto denominado “Plan de Zona”, orientado a la solución por vía expresa de las dificultades que confronte la población con el servicio de agua potable.
Es una buena iniciativa, que debería de ser complementada con un efectivo programa de instrucción y compulsión acerca del manejo apropiado del agua, tanto en las manipulaciones realizadas por cuenta propia, como en el uso que se le da.
A una familia afectada por la polvareda levantada por el tráfico de vehículos en una calle sin asfalto, la primera solución que se le ocurre es la de extender una manguera y regar con agua el frente de su casa.
Es una solución momentánea, de todos modos insuficiente, y onerosa para alguien.
Si es el caso que quien se acoge a esta solución paga el servicio con medidor de consumo, el encarecimiento debe de reflejarse en su factura. Si no es el caso, como ocurre en la mayoría de las soluciones de este tipo, los efectos se encadenan, como en “El cupón falso”, de León Tolstói, con un extendido hilo de consecuencias que tocan al vecino, a la comunidad, a la ciudad, a la Administración y hasta al Estado.
Según una de tantas leyendas originadas en torno a Joaquín Balaguer, inclinado a beneficiar desde el gobierno a los necesitados, cuando entregaba un complejo habitacional se oponía a que los beneficiarios pagaran los servicios, particularmente el de agua.
En sentido general el dominicano es renuente a pagarlos y esto debe de haber sido aprendido en los tiempos de la ruralidad predominante, cuando cada cual debía suplirse el agua, recogida en un río, un manantial o un arroyo, y la iluminación en las noches, con una jumiadora o un quinqué.
La realidad es que cualquier servicio, incluido el retiro de la basura, energía eléctrica y agua por cañería, le cuesta a alguien mucho dinero. Quien se beneficia de ellos debe pagar.