El segundo viaje trasatlántico de Cristóbal Colón fue una empresa conquistadora y colonizadora, el primero tenía algo de aventura y búsqueda de nuevas rutas, pero desde el origen de ese proyecto, la codicia era el móvil.
Ese proyecto, que desde su origen tenía aspiraciones de grandeza política y financiera, no podía dirigir, ni controlar, todas la variables e intereses que se conjuraron en su realización.
Muchas lecturas son posibles de los acontecimientos ocurridos en esta isla desde la última década del siglo XV hasta la mitad del siglo XVI, y todas tienen grados de veracidad, pero contextualizándolas en el centro del proyecto, en los márgenes de este o como resistencia frente a dicho proyecto.
Toda interpretación debe dar cuenta de su ubicación en el esbozo de la topografía interpretativa que acabo de señalar, dando cuenta de las tensiones y contradicciones que se gestaron constantemente.
Superando las leyendas -a las que nos han acostumbrado muchos historiadores dominicanos hispanófilos- necesitamos una antropología realista y una compresión de la naturaleza de la empresa que financió la corona castellano-aragonesa encabezada por Cristóbal Colón.
De lo que se trataba era de un proyecto económico para buscar otras rutas marítimas que permitieran el comercio con el Asia, una vez el Mediterráneo Oriental y el Medio Oriente estaba controlado por Estados musulmanes que cobraban altos impuestos o imponían bloqueos al comercio entre Europa y Asia.
Los europeos llegaron a estas tierras con el convencimiento de que tenían el derecho de conquistar y apropiarse de todo lo que encontraran, fuera en China, Asia o con lo que se toparon por accidente.
Lo que ocurrió en 1492, y a partir de entonces, es complejo de explicar. Pedro Troncoso Sánchez apuesta a una suerte de aclimatación cultural. “Los hombres europeos, con su idioma, su religión, su moral, su arte, su ciencia, su industria, su técnica, su concepción del mundo, cruzaron el Atlántico y asumieron el dominio de todo en el medio nuevo del mundo americano.
Ellos suplantaron casi totalmente al hombre autóctono de aquellas tierras y ahogaron sus sistemas de vida pero el medio, necesariamente, imprimió en ellos y en su cultura una modificación.
Estos hombres europeos, y sus descendientes, con todo su bagaje, fueron pronto en América una cosa diferente de lo que habían sido en Europa”.
Esta visión es miope si no se integra el legado aborigen, en menor medida, y la herencia africana, con gran fuerza, sumado a las vicisitudes históricas propias en esta isla, que dieron como resultado algo muy diferente que una mera adaptación.