Las elecciones como forma en la sociedad dominicana tiene una historia que arranca desde el 1924, se mantuvo durante toda la dictadura trujillista e incluso el balaguerato siempre buscó la legitimidad mediante las elecciones.
Como contenido las elecciones durante el trujillismo y el balaguerismo carecieron de fidelidad a la voluntad del pueblo mediante la coercción y el fraude, hasta tal punto que en la reforma constitucional del 1994 se tuvo que prohibir la candidatura de Balaguer en las elecciones del 1996 para poder garantizar un proceso transparente y fiel al resultado de las urnas.
El breve conato del PRD en el 2004 de imponerse por encima de la voluntad popular fue frenado valientemente por la sociedad civil dominicana y gobiernos amigos del país.
Esa realidad no niega que por el derecho a votar en libertad murieron miles de dominicanos y dominicanas, contra la dictadura de Trujillo, contra el triunvirato y el autoritarismo balaguerista.
Ese martirio convierte en sagrado el derecho a votar y no admite que sea asumido vanalmente, ni que intelectuales pequeñoburgueses pretendan tergiversar el verdadero estado de derecho que hemos conquistado para favorecer una candidatura que se sabe derrotada.
La abstención no merece figurar en la boleta, ni el concepto de dictadura constitucional trasciende la apetencia de puestos en algunos o la ingenuidad política en otros. Mucho menos es tolerable que algunos ex-guardias amenacen con violencia.
Todos debemos acudir a votar, quienes defendemos la candidatura de Danilo Medina, los que simpatizan con Hipólito Mejía o los que quieran votar por los partidos minoritarios, y que las urnas decidan, no más, no menos.