Las esquinas son la confluencia de dos vías, donde era habitual los encuentros entre personas para fines sociales, fueran estos de temas políticos, deportivos u otra índole. Hasta hace pocos años, las esquinas no tenían otro valor económico que el que representaba el esparcimiento y conveniencias del traslado, movimiento o tráfico.
Con perdón de las injusticias sociales con las cuales puedo testimoniar mi compromiso, vimos como las esquinas, fueron tomadas por mendigos, infelices, enfermos y otros necesitados en actitud de peticiones de auxilio económico. Pero ese fenómeno ha ido evolucionando.
Hoy, esas mismas esquinas han ido traspasándose a extranjeras, aparentemente ilegales en el país, mayormente mujeres e infantes, repartidos en la penumbra de las madrugadas en vehículos de carga, cual ganado al sacrificio. Maridos en obras y familias en las calles.
Peor aun son los lavadores y cuidadores de vehículos, que bajo el chantaje disfrazado de un servicio de seguridad, obligan a compensar el uso de la vía publica que le corresponden al ciudadano. Y digo obligado, por la ausencia de seguridad publica, situación que se agudiza a medida que emerge la luna y se recuesta el sol.
Estas valorizaciones llegan a su cúspide con el fenómeno que hace tiempo perneaba barrios menos afortunados y que ahora comienzan a presentarse en el polígono central: los puntos de drogas. Disfrazados de pedilones, ofertantes de alimentos, parqueadores y demás entes socio-económicos de las esquinas, se multiplica la oferta del veneno alucinante, aumentando así exponencialmente el valor de las esquinas.
Ojala el país, la sociedad y sus autoridades recapaciten frente a este fenómeno de valorización de las esquinas y que se puedan sumar voluntades que permitan un retorno a esquinas sin fines de lucro.