El martes 12 de enero de 2010, a las 4:53 P.M., hora de Haití, (21:53 UTC), un terremoto de magnitud 7.0 grados en la escala de Richter, con epicentro a unos 15 kilómetros al suroeste del centro de Puerto Príncipe, y con hipocentro a unos 10 kilómetros de profundidad, sacudió a la ciudad de Puerto Príncipe, capital de la hermana República de Haití, destruyendo una parte importante de las zonas sur y suroeste de la capital haitiana, incluyendo a Leogane y Jacmel, y provocando cientos de miles de víctimas, entre muertos y heridos.
El terremoto del pasado 12 de enero es el de mayor magnitud que haya sufrido la capital haitiana, y el más devastador, por haber tenido su epicentro muy cerca de los núcleos urbanos, y por tener su punto focal, o hipocentro, a tan solo 10 kilómetros de profundidad, lo que le clasifica como un terremoto superficial, capaz de concentrar la mayor parte de la energía elástica liberada (equivalente a 32 millones de toneladas de dinamita) en un área relativamente pequeña, lo cual incrementa los daños a las edificaciones ubicadas en el entorno radial vecino, las hace colapsar y las personas mueren aplastadas.
Este gran terremoto ha provocado un pánico extraordinario en la población haitiana y en la dominicana, ya que los haitianos y dominicanos, con edad inferior a los 65 anos, no habían vivido tan de cerca un desastre natural de esta magnitud, e inclusive, muchos incrédulos nos acusaban de estar asustando a la gente con falsas predicciones de terremotos, pero al ver lo que acaba de ocurrir en la parte suroccidental de la isla, y al ver las fotografías que muestran a miles y miles de muertos tirados en las calles y en solares vecinos, e incinerados sin identificar, se han dado cuenta de que los terremotos son una realidad que jamás debemos ignorar.
El historial sísmico de nuestra isla registra un gran terremoto el 2 de diciembre de 1562, el cual afectó a Santiago, La Vega y Puerto Plata; un gran terremoto el 9 de mayo de 1673 que afectó a Santo Domingo, y un gran terremoto el 11 de febrero de 1783, el cual afectó a Santiago de los Caballeros.
Otro gran terremoto ocurrió el 7 de mayo de 1842 el cual mató a unas 5,000 personas en Cabo Haitiano, Mole de San Nicolás y Port de Paix, afectando también a Santiago de los Caballeros y generando un maremoto que entró en Monte Cristi y Manzanillo. Este terremoto obligó a una parte importante del ejército haitiano a volver a su país para trabajar en las labores de rescate, lo que fue aprovechado por los independentistas dominicanos.
El 23 de septiembre de 1887 la isla sufrió un gran terremoto que afectó a Mole de San Nicolás, en junio de 1904 otro gran terremoto produjo daños en Sanana, Sánchez y Cabo Haitiano, y el 4 de agosto de 1946 la región nordeste de la isla sufrió el sismo de mayor magnitud que registra la historia, porque alcanzó una magnitud de 8.1 grados en la escala de Richter y produjo un maremoto que arrasó la comunidad de Matanzas, al sureste de Nagua, donde hoy día esta la comunidad de Matancitas, aunque también afectó gran parte de la costa norte de la isla.
Desde el 4 de agosto de 1946 la isla Hispaniola no sufría un terremoto de magnitud igual o superior a 7 grados Richter, y este nuevo y extraordinario evento sísmico nos recuerda que vivimos en una región caribeña sísmicamente activa, en una isla que ha sufrido múltiples terremotos y va a seguir sufriendo grandes terremotos en el futuro cercano, ya que tenemos unas 12 fallas tectónicas sísmicamente activas, todas las cuales tienen muy alto potencial para producir un gran terremoto en cualquier momento, pues el movimiento relativo entre ellas llega a los 20 milímetros anualmente.
Desde hace décadas, los geólogos dominicanos y los geólogos extranjeros que estudian la sismicidad de la región del Caribe, hemos estado escribiendo y publicando decenas de artículos académicos relativos a la sismicidad de la isla Hispaniola, y hemos estado explicando en la radio y en la televisión el riesgo sísmico que corre nuestra isla y toda nuestra región, y aunque muchos ciudadanos han prestado la debida atención a cada advertencia y a cada recomendación, siempre aparece un Don Pedro y un Don Ramón que utilizan sus medios de comunicación para acusarnos de geotodologos alarmistas que solo preocupamos a nuestra nación.
Es una irresponsabilidad mayor que comunicadores que ocupan puestos públicos, y que son pagados con dineros de la nación, se presten a desinformar a nuestra población, sobre todo en momentos de gran pánico y de gran preocupación, del mismo modo que es muy lamentable que instituciones como el Colegio de Ingenieros, Arquitectos y Agrimensores (CODIA) y la Asociación de Constructores y Promotores de Viviendas (Acoprovi), en interés de calmar el pánico de la población, especialmente en el sector inmobiliario, y en interés de salvaguardar el buen nombre de los ingenieros del área de la construcción, digan, de manera pública, que todas nuestras edificaciones han sido construidas para resistir terremotos, porque ellos saben que eso no es cierto.
Basta recordar el sismo del 22 de septiembre de 2003, de apenas 6.5 grados Richter, cuya energía liberada (equivalente a 5 millones de toneladas de dinamita) fue apenas el 15% de la energía liberada por el reciente sismo de Puerto Príncipe, y, no obstante ser un sismo menor, aplastó la escuela Gregorio Urbano Gilbert, varios centros comerciales, hoteles y viviendas de la ciudad de Puerto Plata, y agrietó brutalmente el hospital regional de la ciudad de Santiago de los Caballeros, así como cientos de viviendas.
Al medir la velocidad de propagación de las ondas sísmicas de compresión en el solar de la escuela Gregorio Urbano Gilbert, de Puerto Plata, encontramos valores de apenas 500 m/seg., lo que indica que las ondas secundarias viajaron a velocidades inferiores a 250 metros por segundo, lo que indica que el terreno es de pésima calidad, y no obstante eso, allí se levantó una escuela pública que pone en peligro a nuestros niños. Y la pregunta obligada es la siguiente: cuantas escuelas públicas han sido levantadas en suelos de pésima calidad, simplemente porque ese fue el solar donado por alguien de la comunidad.
Cualquier ciudadano puede observar la gran cantidad de torres lujosas construidas en el polígono central de Santo Domingo y en las avenidas Anacaona y Sarasota, las cuales tienen el estacionamiento ubicado en un primer nivel apoyado solamente en columnas, sin muros que absorban los esfuerzos cortantes generados por las cargas sísmicas horizontales producidas por las ondas de cizallamiento, lo cual, durante el terremoto, produce aplastamiento por efectos de piso blando. Igual situación se presenta en las tiendas, comercios y otras edificaciones cuyo perímetro está constituido por columnas y cristales, sin muros.
Observe usted la gran cantidad de torres levantadas sobre los suelos arcillosos flexibles de la ciudad de Santiago de los Caballeros, suelos que amplifican el espectro sísmico del terremoto, ya que las aceleraciones espectrales son mayores en los suelos flexibles que en las rocas rígidas, con el agravante de que la ciudad de Santiago está limitada al norte y al sur por dos fallas tectónicas con potencial para producir un gran terremoto superior a 7 grados Richter.
Vea usted las edificaciones levantadas sobre los suelos arcillosos flexibles de Los Prados, La Castellana, Las Lauras, Los Guaricanos, Villa Mella y zonas vecinas, o vea el viaducto elevado del Metro en Villa Mella y su puente elevado sobre el río Isabela, y piense por un momento en el pésimo comportamiento que han de tener al momento de un terremoto cuyo epicentro pueda estar cercano a la ciudad de Santo Domingo.
El terremoto de Haití debe obligarnos a un ejercicio de reflexión sobre el altísimo riesgo sísmico de nuestra región, debe hacernos comprender que los terremotos son una realidad insular en este mar Caribe tropical, debe llevarnos a poner en vigencia el nuevo código de construcciones resistentes a sismos, debe urgentemente obligarnos a conocer y aprobar el proyecto de ley que crearía una secretaría de estado de prevención y mitigación de desastres.
Debe empujarnos a la inmediata revisión de las escuelas, hospitales, torres, presas, puentes y otras edificaciones que puedan presentar vulnerabilidades ante los efectos de un terremoto, a incorporar el riesgo sísmico como una asignatura de la escuela primaria e intermedia, a entrenar a nuestra población con los planes y simulacros de evacuación, a comprar seis a ocho boyas para alerta temprana de maremotos e instalarlas en nuestras costas, a señalizar las aéreas costeras susceptibles de inundaciones por efectos de maremotos, y a instalar una verdadera y amplia red sísmica nacional, con los más modernos equipos disponibles al día de hoy.
Esperemos que todos, incluyendo a los incrédulos, hayamos aprendido que la tierra tiembla, y que algunas sacudidas pueden ser devastadoras, como la que acaba de ocurrir en Puerto Príncipe, Haití.