- Publicidad -

- Publicidad -

El sentido bíblico de la ceniza

Miércoles de Ceniza
📷 Miércoles de Ceniza inicia el tiempo de prepración.

Por Santos Monción

El autor es filósofo, teólogo y doctor en Biblia por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Recientemente publicó su libro de exégesis: “El Padre Nuestro. La oración del discípulo”.

El 14 de febrero iniciaremos el camino cuaresmal. Este itinerario nos presenta 40 días para intensificar la oración, la limosna, el ayuno y la abstinencia. Se inicia con el rito de imposición de cenizas y, al momento de imponerlas, el sacerdote dirá: “conviértete y cree en el evangelio” o “del polvo eres y al polvo volverás”. Sería interesante plantear algunas interrogantes frente al descrédito y la falta de formación bíblica de algunos: ¿Qué sentido tiene la ceniza? ¿Cuál es su significado bíblico?

En hebreo, la palabra desûen, se traduce como “cenizas” con referencia a la mezcla de la grosura de los sacrificios y el combustible utilizado para consumirlos. En griego, la palabra spodos se emplea en el NT para las cenizas utilizadas en casos de luto o de purificación (cf. Heb 9,13) La sangre de machos cabríos y de toros, y las cenizas de una novilla rociadas sobre personas impuras, las santifican de modo que quedan limpias por fuera.

En la cultura bíblica, la ceniza constituye un signo que expresa la precariedad de la vida, cuando termina su existencia. Eso significaba el hecho de que, sin Dios, no tenemos vida. Si nos falta Dios, a causa de nuestras propias faltas, entonces somos como ceniza; de ahí la frase bíblica: “Acuérdate que eres polvo y en polvo te has de convertir” (Gn 3,19); es decir, el ser humano, privado del Espíritu es sólo materia que, eventualmente, dejará de vivir. En la liturgia anterior al Vaticano II se solía imponer la ceniza al usar la mencionada frase tomada del libro del Génesis. Actualmente se prefiere emplear las palabras: “Conviértete y cree en el Evangelio”, tomada del evangelio de san Marcos 1,15.

Arrepentimiento y tristeza

La ceniza era muy empleada en la cultura bíblica para expresar arrepentimiento. Cuando se cometía alguna falta contra Dios y se quería hacer penitencia, las personas se cubrían con ceniza desde la cabeza a los pies. La ceniza, como signo de humildad, le recuerda al cristiano su origen y su fin: “Dios formó al hombre con polvo de la tierra” (Gn 2,7); “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho” (Gn 3,19).

En la Biblia, las cenizas son el signo que expresa la tristeza del hombre ante el dolor. “Me arroja por tierra, en el fango, confundido con el barro y la ceniza”, grita Job tras haberlo perdido todo (Job 30, 19) mientras que Tamar, hija de David, se “esparció ceniza en la cabeza” después de haber sido violada (2Sam 13,19). Cubrirse de ceniza, acostarse en ceniza, se convirtió, lógicamente, en símbolo de duelo: “Capital de mi pueblo, vístete de saco, acuéstate en ceniza; haz duelo como por un hijo único”, pide Jeremías a Jerusalén (Jr 6,26).

De manera más profunda, la ceniza es inseparable del polvo -los traductores griegos de la Biblia emplearon a menudo una palabra por la otra-, pues nos recuerda la procedencia del hombre antes de que Dios le insuflara la vida. “Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo”, canta el salmista (Sal 103,29), mientras Dios advierte a Adán: “Pues eres polvo y al polvo volverás” (Gn 3,19).

La ceniza simboliza también la nada que es el hombre ante la absoluta transcendencia de Dios, que se revela a Moisés en una zarza ardiente que no se consume. Es, por lo tanto, el estado al que volverá el pecador que se aleja de Dios. Lo mismo le sucede al idólatra, que “se satisface con cenizas” (Is 44,20) y cuyo “corazón es ceniza” (Sab 15,10). Es también la ceniza que los profetas prometen a los pecadores: “Te reduje a cenizas sobre la tierra”, previene Ezequiel (Ez 28,18); “Pisoteáis a los malvados, que serán como polvo bajo la planta de vuestros pies”, anuncia Malaquías (Mal 3,21).

Por analogía, al cubrirse la cabeza de ceniza los pecadores reconocen su estado y se convierten en penitentes: el rey de Nínive, tras la predicación de Jonás, «se cubrió con rudo sayal y se sentó sobre el polvo» (Jon 3,6). Para la Biblia, sin embargo, este gesto de penitencia anticipa también la victoria para quien confía en Dios. Es el caso de Judit que, para rezar a Dios antes de combatir al babilonio Holofernes, “se echó ceniza en la cabeza y descubrió el saco que llevaba puesto” (Jdt 9,1). Por otra parte, según Isaías, el Mesías se manifestará consolando “a los afligidos” y poniéndoles “una diadema en lugar de cenizas” (Is 61,3).

Etiquetas

Artículos Relacionados