Los dominicanos, en términos generales, solemos hablar con toda naturalidad del problema haitiano, como si se tratara de algo muy lejano que, en ninguna circunstancia, podría afectarnos a nosotros.
¡Cuán equivocados estamos! Si bien es cierto que Haití padece una situación económica e institucional muy grave, mucho más grave que la nuestra (que también la tenemos), no es menos verdad que sea cual sea el desenlace en el vecino país, tendrá repercusiones inevitables de este lado de la línea fronteriza.
No podemos olvidar que compartimos el mismo pedazo de tierra rodeado de mar, y que en gran medida la historia dominicana y la haitiana son una misma cosa, con todo lo que esto implica. En la medida en que se agravan los problemas en Haití, crecen los riesgos de inestabilidad en la República Dominicana.
Por eso debemos buscar la forma de contribuir a enfrentar el llamado problema haitiano, porque nos toca, hasta por conveniencia propia.
Es muy posible que en el discurso que pronunciará mañana el presidente Fernández en las Naciones Unidas reitere su llamado a las grandes potencias para que intensifiquen su ayuda a Haití, porque esa ha sido una constante en la política internacional del Mandatario dominicano. Pero no podemos pretender que solo ellos acometan esa empresa.
En la modesta medida que podamos, nosotros, los dominicanos, debemos empeñarnos en ayudar al vecino. Porque el problema haitiano es a la vez un problema dominicano.