
Entre el extremo más austral de América y la Península Antártica se extiende un corredor oceánico donde la naturaleza despliega toda su fuerza. Se trata del Pasaje de Drake, célebre tanto por su relevancia para la vida en la Tierra como por la fama de ser uno de los tramos marítimos más peligrosos del planeta.
Una frontera temida por los navegantes
Desde Ushuaia, muchos viajeros sueñan con adentrarse en las aguas que separan el continente americano del mundo helado del sur. Sin embargo, el cruce no es una simple travesía: el Pasaje de Drake es sinónimo de vientos huracanados, olas que superan los veinte metros y un mar tan imprevisible que ha puesto en jaque a marineros durante siglos.
Los relatos de tormentas, naufragios y travesías heroicas han hecho de este paso un lugar legendario. Incluso barcos modernos, incluidos cruceros turísticos, han enfrentado episodios trágicos. El motivo de tanta violencia se explica porque el Océano Austral no tiene barreras naturales: los vientos circumpolares viajan sin interrupciones alrededor del planeta, generando un oleaje de enorme potencia. A ello se suma la actividad sísmica de la región, que mantiene latente el riesgo de terremotos.
La oceanógrafa Karen Heywood lo describió en National Geographic con una imagen clara: en los barcos que lo cruzan, hasta los platos y vasos deben atornillarse o fijarse con adhesivos para evitar que salgan disparados.

El nombre de este corredor recuerda al corsario inglés Sir Francis Drake, aunque nunca lo recorrió. Fue el holandés Willem Schouten quien, en 1616, realizó la primera travesía documentada.
El engranaje oculto del clima mundial
Bajo la superficie, el Pasaje de Drake cumple una función aún más trascendental. Por sus profundidades circula la corriente circumpolar antártica, la más grande del planeta, que conecta el Atlántico, el Pacífico y el Océano Austral. Este flujo transporta agua, nutrientes, calor y carbono, actuando como un gigantesco regulador del sistema climático.
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El proceso es vital para el planeta: el plancton que habita en la zona atrapa carbono atmosférico y, al morir, lo deposita en el fondo marino, donde puede permanecer siglos. De acuerdo con The Guardian, el océano Austral retiene alrededor de 600 millones de toneladas de carbono por año, equivalente a una sexta parte de las emisiones humanas.
La apertura geológica del pasaje, ocurrida hace millones de años, permitió aislar térmicamente a la Antártida, convirtiéndola en el continente gélido que conocemos hoy. Sin él, la circulación oceánica sería diferente y la Antártida sería mucho más cálida, explicó The New York Times.
Fuente de vida para la Antártida
Además de regular el clima, el Pasaje de Drake es un corredor de nutrientes que sostiene la vida marina. El oceanógrafo Alberto Naveira Garabato destacó en National Geographic que sus corrientes alimentan al plancton, base de la cadena trófica. Gracias a ello, abundan el kril, los pingüinos, las focas y gigantes como las ballenas azules.
Exploradores modernos, como Fiann Paul, han relatado que tras días de marejada y neblina, alcanzar la costa antártica supone un encuentro conmovedor con delfines, pingüinos y ballenas: una recompensa de vida salvaje tras la lucha con el mar más feroz.
Cruzar el Pasaje: un rito transformador
Hoy, los barcos turísticos tardan cerca de dos días en atravesar este mar indomable. Mareos, incertidumbre y asombro son parte del itinerario. Algunos viajeros prefieren llegar en avión para evitar el desafío, pero quienes se atreven a navegarlo coinciden en que la experiencia marca un antes y un después.
Llegar a la masa de hielo más grande del planeta, tras haber enfrentado uno de los océanos más hostiles, se vive como un rito de transformación. Tal como resumió The Washington Post, el Pasaje de Drake no es solo un límite geográfico: simboliza el enfrentamiento entre el ser humano y la fuerza desatada de la naturaleza, y recuerda la urgencia de proteger los mecanismos que sostienen la vida y el clima de la Tierra.
Cuidar este corredor no es únicamente preservar una ruta hacia la Antártida, sino también garantizar el futuro de uno de los motores invisibles del planeta.