La creciente urbanización de la sociedad dominicana ha dado origen a una situación de la que apenas se ha hablado en las últimas dos décadas, cuando ha sentado sus reales en una de las regiones más fértiles del área del Caribe: el valle del Cibao.
Una decisión del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales en relación con una obra que estaba siendo levantada en las cercanías del río Camú, regularmente asociado con La Vega, llama la atención sobre esta realidad, tradicionalmente poco atendida.
Las implicaciones del uso indiscriminado de suelos de reconocida fertilidad para sembrar varillas y cemento son de carácter estratégico para la sociedad dominicana.
Y ocurre, o llama la atención, en una parte del país reconocida por la vitalidad del desarrollo demográfico, un hecho que acompaña a las eventuales regulaciones de “periquitos” políticos por su impacto social.
La reconocida salud económica de comunidades como San Francisco de Macorís, La Vega, Santiago, Mao y Moca, rodeadas de tierras de gran feracidad, se muestra de un tiempo a esta parte en la expansión urbana y el levantamiento de complejos habitacionales.
Si nunca se atiende esta realidad, puede llegar el día en que veamos el hormigón pintando de gris grandes extensiones todavía hoy pintadas de verde por el arroz y las musáseas.