A propósito de la inflación y la carestía de los alimentos, resurge la discusión de la vergüenza del hambre como un flagelo que está causando más muertes que la pandemia que nos azota.
El informe de la pobreza de junio de este año, presentado por Oxfam y que se titula “El virus del hambre se multiplica”, nos dice que el hambre mata más que el Covid-19 puesto que 11 personas mueren de hambre por minuto en el mundo y siete personas cada minuto por la pandemia.
Dicho informe también plantea que existen más de medio millón de personas en una situación cercana a la hambruna, seis veces más que en 2020, entre otras causas por las perturbaciones económicas, provocadas por la pandemia y la profundización de la crisis climática, así como el desempleo masivo y las grandes alteraciones en la producción de alimentos que han provocado que los precios “se disparen un 40 %, el mayor aumento en más de una década”.
La peyorativa frase “muerto de hambre”, que tradicionalmente se usa para denostar el origen social de un ser humano, se está convirtiendo liberalmente en la realidad de miles de personas que mueren por hambre mientras que la mayoría, los hoteles, restaurantes y productores botan la comida que les sobra.
En su informe “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2021” la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) propone seis vías que tenemos que asumir como país para evitar que el hambre se convierta en conflicto social.
Las propuestas de FAO incluyen la transformación de los sistemas alimentarios a través de la integración de las políticas humanitarias, la ampliación de la resiliencia climática, el fortalecimiento de la resiliencia frente a las adversidades económicas, la intervención en todas las cadenas de suministro de alimentos para reducir el costo de los alimentos nutritivos, la lucha contra la pobreza y las desigualdades estructurales y el fortalecimiento de los entornos alimentarios y la introducción de hábitos alimentarios con impactos positivos en la salud humana y el medio ambiente.
Todos estamos llamados a combatir el hambre. Prevenir el dolor y la muerte por ese lastre es más que una obligación legal, es una exigencia moral de humanidad.