El corazón de la auyama

Existe consenso de que la educación dominicana se encuentra en uno de sus peores momentos.
Todos los indicadores de la calidad educativa reflejan el abandono que por décadas ha sufrido el sistema educativo, impactando terriblemente al sector público, pero afectando también significativamente al sector privado.
Los conocimientos fundamentales en Matemáticas, Lengua Española, ciencias básicas y Ciencias Sociales que construyen nuestros estudiantes a lo largo de la educación básica y media no les sirve para una formación profesional ni para un entrenamiento técnico, ni siquiera para una vida como ciudadano o emprendedor que sea significativa.
Si la formación racional tiene tan grave déficit, evaluar la formación de nuestros estudiantes en el campo emocional y ético podría descubrirnos un panorama aún más desolador.
Los grados de violencia social e intrafamiliar, especialmente entre adultos jóvenes, reflejan una formación pobre en su experiencia escolar y familiar para aprender a enfrentar crisis y manejar sus emociones y sentimientos.
En el plano ético es alarmante la respuesta tan laxa que notamos en la sociedad en su conjunto frente a la corrupción.
La participación en el narcotráfico en todos sus niveles, el saqueo de los fondos públicos, la estafa en productos y servicios, el abuso del poder, entre otras expresiones de la corrupción, alcanza niveles tan altos de participación en todas nuestras clases sociales que aparenta ser un rasgo cultural generalizado.
El modelo que observamos tiende a ser un círculo vicioso. Quienes van surgiendo como funcionarios públicos o administradores privados provienen de una formación académica y de hogar con grandes lagunas.
Desde esa pobreza intelectual, emocional y ética tienden a no impulsar una mejora de la sociedad en su conjunto y se acomodan al dolo como práctica normal. Eso es lo que tenemos. El reto es transformarlo.