En ninguna parte del mundo se ha logrado avanzar sin una lucha tenaz contra esa corriente “natural” y maldita que se opone a todos los cambios de manera irracional, más por miedo e ignorancia que por conservar lo seguro.
La lucha entre quienes propugnan por el cambio y los que se oponen a él ha sido es y será eterna e inevitable.
Pero sobre todo necesaria. Porque solo el cambio mantiene vivo al hombre. Solo el cambio hace posible los avances de la humanidad hacia un estadio desarrollo superior.
Pero no ha sido, ni será tarea fácil. Siempre habrá oposición a los cambios, a los avances sea en la lingüística, ciencia, salud, educación, cultura, derecho, economía, o bien en lo político y social.
Es más fácil y “seguro” permanecer sentado que caminar, correr o más aún subir una montaña, pero aquel que se mantiene inmóvil no avanza, por el contrario se atrasa, enferma y muere más rápido.
Para el pensamiento conservador -en Oriente y Occidente- es, o era, inimaginable que el hombre y la mujer tuvieran iguales derechos. Votar en las elecciones nacionales, por ejemplo, estaba prohibido a las mujeres dominicanas hasta hace menos de 80 años.
Lo curioso es que las mismas fuerzas que se oponen al cambio, más tarde, una vez logrado algo, lo defienden a muerte, en el nombre de Dios, la familia, la Patria y la santa tradición.
De hecho, si fuera por los conservadores las personas de raza negra no tendrían derecho al voto, ni a usar el mismo baño que los blancos.
Las misas se oficiarían aún en latín.
Si fuera por los conservadores, no hubiera sindicatos, ni conquista social alguna.
En República Dominicana, por ejemplo, si fuera por los conservadores, el dictador Trujillo o uno de sus hijos aún estuviera gobernando. Porque nadie se hubiera atrevido a oponerse al “Jefe”.
Tampoco se hubiera logrado el 4% del PIB para la educación; hoy las universidades no estarían llenas de mujeres de entre 17 y 23 años.
Imagínese el lector la reacción de una familia conservadora de comienzo de siglo XX si le dijeran que tres adolescentes de 15 años irían a una de esas plazas públicas o al cine, o peor, a una fiesta, ¡ellas solas!
Lamentablemente para los conservadores el mundo sigue girando a pesar de que ellos intentan frenarlo. Y en las universidades, los bancos, las plazas, las escuelas y los hospitales, las mujeres son mayoría, ya no solo como pacientes, clientes o alumnas, sino cada vez más como profesoras, doctoras o propietarias. Aún falta que puedan oficiar misas en las iglesias católicas, donde también son mayoría entre los feligreses, eso también llegará, tarde o temprano.
Es lamentable que a pesar de todos los avances alcanzados por la sociedad, gracias a hombres y mujeres -de todos los estratos sociales y de diferentes creencias- todavía haya quienes se empeñan en que las cosas sigan iguales, en que las leyes y la sociedad se adapten a su estrechez de mira, a sus creencias particulares.
Nadie recuerda al ciudadano blanco que quería que Rosa Parks se parara de su asiento y se lo cediera a él por el solo hecho de ser blanco y por tanto “superior”, pero el nombre y el gesto contra la intolerancia de aquella mujer quedaron grabados para siempre en la historia de la humanidad.
Hoy, mujeres y hombres dominicanos luchan por la despenalización del aborto en tres circunstancias muy específicas, si lo logran ahora o más tarde es lo de menos para mí, lo importante es que luchan por una causa justa, y tarde o temprano triunfarán y la historia así lo registrará. Muy a pesar de los conservadores.