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El Centro Histórico de México

Joffre de la Fontaine Por Joffre de la Fontaine

El Centro Histórico de la Ciudad de México, del cual ya les he informado en anterior entrega, es probablemente el más importante de América. No solo por sus dimensiones, unas 900 hectáreas de territorio, y la amplitud de su Zócalo, el más majestuoso del continente, sino por la calidad de su arquitéctura colonial y los vestigios prehispánicos de la antigua Tenóchtitlan.

Tengo la costumbre de visitarlo de cuando en vez en domingo para cuchichear en el mercado de antigüedades de La Lagunilla, observar sus palacios, ver alguna exposición en uno de sus múltiples museos , o contemplar los murales de Orozco, Rivera, Siqueiros, Chávez Morado, entre otros, en los edificios públicos que abundan en la zona.

Caminar por sus calles empedradas, pero muy bien mantenidas, es vivir la historia cuando leemos sus nombres que nos señalan el oficio de sus residentes originales. Así vemos plateros, orfebres, escribanos, cordelanos, mercaderes. O por las actividades de sus comerciantes: Mesones, Correo Mayor, de La Asequia, de La Canoa, Del Diezmo. Y, sin duda, por sus parroquias: Jesús María, La Santa Veracruz, Catedral, Santo Domingo, La Profesa, y tantas más.

No olvidemos las que se remontan a la época prehispánica como Tacubaya, Tlatelolco, Mixcoac, Tacuba, y Xochicalco.
Para culminar la visita voy a la antigua y todavía muy activa librería de los hermanos Porrua, a un costado de la Antigua Escuela Nacional Preparatoria en la cual nuestro Pedro Henríquez Ureña dictó cátedra a principios del siglo pasado.

Como todo no es cultura, aprovechamos la hora y locación para ascender a la terraza de la librería donde nos espera el restaurante El Mayor, con estupenda vista del Templo Mayor, para degustar algunos platillos mexicanos acompañados de un buen tequila o mezcal. En la próxima concluiré mi paseo dominical con información ampliada.

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