
Cualquiera que se ocupe en establecer desde cuándo el Capotillo capitalino quedó marcado como cuna de males sociales, delincuencia y en fin, negación de las normas en todo tiempo y circunstancia, se encontrará hurgando desde mediados de la tiranía de Trujillo hasta la década siguiente a su desaparición.
Siempre fue una comunidad marginal, y aunque hoy no le es en términos urbanos, en el plano social nunca ha deja de ser una parte gris de la capital dominicana.
Cuando se nace y se crece en un vecindario son firmes las probabilidades de que su “atmósfera”, formada regularmente de famas e infamias, acompañe a la persona a donde sea que vaya.
Superar este lastre puede lograrse sobre la base de grandes tareas personales y la colaboración de otros, particularmente del Estado.
Entre los esfuerzos realizados durante décadas para conseguir que los habitantes del Capotillo capitalino se acojan a las normas generalmente aceptadas de la convivencia nacional, pueden ser contadas numerosas intervenciones de carácter eminentemente policial.
¿Y por qué a nadie se le ha ocurrido una forma tal vez más efectiva, como puede ser la transformación material, cultural y de autoestima para reorientar el destino de esta comunidad?
Una información del tipo de muchas que llegan a los medios de comunicación por distintas vías, originada en el Ministerio de Defensa, se encuentra en la base de este comentario.
Según Defensa, más de 400 jóvenes del sector Capotillo iniciaron el ciclo de entrenamiento del Programa de Formación en Valores del Servicio Militar Voluntario, que se extenderá hasta noviembre.
¡Enhorabuena!
Acciones como esta, así como el impulso del deporte, incentivo y apoyo formativo a ebanistas, herreros y albañiles —para poner ejemplos—, puede hacer más por la transformación de Capotillo que miles de tarjetas solidarias, las intervenciones policiales y el incentivo de la descomposición alrededor de la mala fama de una calle.