El hombre, un día, se levantó iluminado por una idea; y para impresionar a su mujer, dejó la esclavitud del suelo y empezó a caminar sobre sus dos pies, encorvado y de manera rudimentaria.
La noticia corrió. El hecho, al principio, concitó alarma en la aldea. ¿Qué ocurría con el hermano? ¿No tenía miedo a caerse, caminando de esa forma tan extraña, y quebrarse la cabeza?
En cuestión de días, pensaron, volverá a su condición normal.
No ocurrió así. Todo lo contrario. Agregó, además, nuevas habilidades a las manos, fabricando utensilios con huesos, cuchillos y armas de piedra que utilizaba en la caza de uros y otros animales grandes. Con las manos libres empezó a pintar cabras y rinocerontes en las paredes de la cueva. Si no había carne o pescado, variaba el régimen alimenticio, y se resignaba a comer frutos del bosque, verduras y semillas secas. Apenas bebía agua.
Los vecinos de otras cuevas miraban con curiosidad. Eso que estaban viendo era inconcebible. Empezaban a descuidar sus obligaciones para dedicarse a ver las proezas del hermano que caminaba erguido, en dos patas. Con su ayuda, la mujer también se levantó. Cargaba a los hijos. Y ya no tenía que arrastrarlos por la caverna. Los hermanos miraban absortos los avances de la pareja y la confianza en sus pasos, cada vez más firmes.
Un día él se fabricó un abrigo muy hermoso con la piel de un mamut. A veces, ataviado con elegancia, dejaba la cueva, cuando el frío no era muy duro, y se dedicaba a hacer largas y placenteras caminatas. A través de travesías largas conoció distintos terrenos, llenos de sorpresas, árboles frutales, pastos diferentes, animales enormes, y especies muy agresivas, que evitaba. Iba de un descubrimiento a otro, caminaba despacio. «Qué maravilla», decía para sí, subiendo y bajando montañas, y atento a todo lo que sucedía a su alrededor, estudiando las características del terreno; y, luego, con el clima alto y más dócil, pasó a vivir temporadas largas al aire libre, con la familia. Se hizo más reflexivo.
Ante los demás era un adelantado, un maestro, un innovador. Y ya, con el transcurso del tiempo, los otros hermanos, tímidamente, empezaron a imitarlo, caminando con desenfado en dos patas; y ya no era el único paseándose y luciendo un impresionante abrigo, confeccionado con piel de mamut.
Los fines de semana, en jornadas colectivas, se dedicaban a decorar las cavernas, pintando uros, cabras, osos, bisontes ensartados por lanzas, mamuts y caballos.
Las artes florecieron durante ese periodo de libertad creativa. Y muchos entusiastas terminaron cubiertos de gloria y reconocimientos, consagrados en vida como verdaderos artistas rupestres.