Tras tres años de relación, Agustina decidió terminar con su pareja: “Se volvió tóxico. Ya tenía miedo de decir lo que sentía; en mí se activaba una alerta interna cada vez que recibía un mensaje".
"Esa sensación de estar caminando sobre vidrio fino era una señal de que la relación me drenaba más de lo que aportaba. Me sentía confundida, como si me hubiera perdido a mí misma, ya no diferenciaba lo correcto e incorrecto. Y cuando me encerró en una cabaña, revisó mi celular y luego lo rompió por celos, entendí que ya no era seguro”, relata la mujer de 32 años, quien prefiere no revelar su identidad.

Su testimonio no es aislado: representa una realidad emocional que muchas personas experimentan sin ser plenamente conscientes de que están inmersas en dinámicas normalizadas por la cultura digital contemporánea.
En un mundo en constante cambio e interconectado, las personas se encuentran expuestas a un flujo permanente de estímulos y turbulencias, casi como si algo las persiguiera. Esa aceleración permanente impide, muchas veces, detenerse a reflexionar sobre las propias relaciones, sus límites y necesidades esenciales. En ese contexto, las redes sociales funcionan como un filtro colectivo que redefine lo que se considera normal en el amor, la intimidad y el conflicto.

Hoy predominan los “prosumidores”: individuos que no solo consumen información, sino que también la producen. Los creadores de contenido poseen la capacidad de influir en millones de usuarios mediante videos cada vez más breves, en los que se exhiben escenas románticas, discusiones, celos e incluso rupturas, muchas veces dramatizadas para captar atención.
En un entorno donde pensar críticamente se percibe como un esfuerzo excesivo, una manifestación de lo que se conoce como economía cognitiva, esas representaciones se consumen sin cuestionamiento y terminan integrándose como modelos aspiracionales.
Un dato relevante ayuda a dimensionar el problema: según un estudio de la Universidad de Castilla-La Mancha, más de la mitad de los estudiantes universitarios encuestados dedicaba más de cinco horas diarias al teléfono móvil, y el 79,6 % de ellos reportó haber experimentado problemas de comportamiento vinculados al uso excesivo.
Esta estadística pone en evidencia la magnitud del fenómeno: muchos jóvenes invierten gran parte de su vida en la pantalla, lo que puede tener consecuencias negativas para su bienestar emocional, social y académico.
Imitación
Ese uso intensivo de redes y dispositivos móviles facilita la imitación automática del contenido consumido.
La generación que proyectaba su futuro a largo plazo parece haber quedado atrás; hoy la validación personal depende, con frecuencia, del número de seguidores o de la visibilidad alcanzada en plataformas como Instagram o TikTok.
En ese escenario, comportamientos dañinos comienzan a naturalizarse. Agustina, sin proponérselo, terminó atrapada en ese imaginario: llegó a justificar el control, los celos y el distanciamiento social, porque esos patrones se habían vuelto familiares dentro de los discursos digitales que consumía.

Este contexto coincide con lo que el sociólogo Zygmunt Bauman denomina modernidad líquida: un periodo caracterizado por relaciones frágiles, inestables y fácilmente reemplazables.
Bajo esa lógica, la pareja deja de ser un espacio íntimo para convertirse en un producto exhibible. El espectáculo de las relaciones, conflictos dramatizados, reconciliaciones virales, gestos exagerados de afecto, refuerza la idea de que amar es mostrarse, no cuidarse.
Entre publicaciones virales y contenidos humorísticos que trivializan el control, la toxicidad empieza a percibirse como una forma legítima de amor. Es en esa difusa frontera donde historias como la de Agustina cobran sentido.
Tolerancia cero
Para muchos especialistas, como el terapeuta familiar, Julio Sánchez, lo más preocupante no es solo identificar estas conductas, sino cuestionar la normalización de las mismas.

Las señales de alerta (celos infundados, vigilancia digital de seguidores o “likes”, exigencias de muestras públicas de afecto, aislamiento de amistades o familia) muchas veces son justificadas con argumentos románticos o comprensivos. La comedia digital, cada vez más reflexiva, contribuye aún más a distorsionar la percepción colectiva: lo que debería generar alarma se transforma en tolerancia.
Los “likes” y comentarios funcionan como mecanismos de validación que hacen creíble lo inaceptable.
Sánchez sostiene que cuando esa identificación se expresa, por ejemplo, con frases como “sí soy”, como un reconocimiento personal a lo expuesto en memes o videos humorísticos, queda claro que la conducta dejó de ser un chiste para convertirse en parte de la identidad del espectador. Patrones de control, dependencia emocional o celos dejan de verse como señales de advertencia y pasan a asumirse como rasgos de personalidad.

Entre los indicadores clave de una relación dañina se encuentran: la pérdida progresiva de la libertad personal; la colonización emociona, (cuando el bienestar depende casi por completo del estado anímico de la pareja), la contradicción constante entre lo que se siente y lo que se justifica; la incomodidad corporal, (tensión constante, miedo a expresar emociones, sensación continua de caminar sobre vidrio fino).
Y, finalmente, la renuncia a partes esenciales de la propia identidad, amistades, pasatiempos, espacios propios o convicciones. Agustina reconoce haber atravesado muchas de estas etapas.
"El año pasado intenté obtener una beca para una maestría: soñaba con especializarme en mi área y ascender en mi trabajo. Él no estaba de acuerdo; decía que ese tipo de cosas no eran tan necesarias. A escondidas, inicié el proceso de solicitud. Un día, tan ocupada con el papeleo no vi sus llamadas. Dos horas después respondí; me insultó por teléfono, me dijo que alguien me estaba ‘influenciando’, y presumió que era mi amiga Ana, dándome una sola opción: mi amiga o él", relata.
Señales de alerta
Este fenómeno no es exclusivo de una persona. En contextos como el de República Dominicana, donde residen millones de mujeres jóvenes, las consecuencias de relaciones abusivas se sienten de forma estructural.
Según la Naciones Unidas (ONU), cerca del 35 % de las mujeres dominicanas ha reportado haber sufrido violencia en algún momento de su vida. Este dato resalta la urgencia de cuestionar los modelos de pareja y los discursos emocionales que se difunden en redes sociales, pues pueden legitimar la violencia bajo el disfraz del amor.
Ante esta realidad, resulta más necesario que nunca estar alerta, reconocer las señales de advertencia y rechazar las narrativas que presentan el control, los celos o el silencio como actos de amor. Ningún vínculo debería exigir la renuncia a la propia identidad ni el silencio de la propia voz. Construir relaciones sanas, escucharse, respetarse y cuidarse debe ser la prioridad, siempre.
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Katherine Espino
Katherine Nicole Espino Cuevas. Periodista, locutora profesional y CMM. Máster en Comunicación Política Avanzada por Next Educación (Madrid). Amante de la escritura bien hecha, las historias con sentido humano y las causas sociales. Creo en la comunicación con propósito, en los valores y en...