El amargo rostro de la pesadilla

El amargo rostro de la pesadilla

El amargo rostro de la pesadilla

Roberto Marcallé Abreu

Puede que el escenario no se vislumbre con claridad. ¡Existen tantas realidades contradictorias de por medio! A veces es preciso cerrar los ojos y conceder a la conciencia el lento retorno a sus dominios.

Que las aguas desbordadas asuman indeclinable su sendero de siglos. Y se acalle el ruido y reine la armonía nueva vez sobre todas las cosas.

Usted cierra los ojos y recuerda. Me inquieta el espíritu la escena de una novela próxima a publicarse.

En una escena, investigadores de un homicidio aterrador penetran a la estancia del propietario cuyo solo nombre les hace temblar las manos. Desbordados y absortos por la decoración barroca del lugar, temerosos ante las penumbras reinantes, se sienten raramente atraídos por una pintura donde dicho personaje parece observarlos con actitud indeclinable.
Viste una devastada casaca azul con botones dorados.

Hay cadáveres de soldados, mujeres y niños dispersos por doquier. Fusiles rotos, cañones reventados. El horizonte ha sido arrasado por el fuego, la tierra es amarilla y roja y apenas si se vislumbran restos humeantes de árboles en el ámbito de la total destrucción.

La actitud, la mirada, son aterradoras. Ojos enrojecidos, puños comprimidos que insinúan un odio y una amargura extrema. Un investigador adivina ánimos de venganza, de sentimientos y pensamientos turbios en ese rostro equívoco. Un hombre derrotado cuyo destino es más amargo que todo lo imaginable.

¿Cuáles propósitos se confunden en esos ánimos abatidos, en esa absoluta impotencia, en el caos que se incuba en esa conciencia devastada?

“Esto no puede ignorarse”, dice el oficial. “Esto no puede ignorarse”, se repite. Entonces las ideas vuelan lejos y uno piensa en el rostro de Yinabel Guzmán y es como si estuviera mirando las facciones de cada niño, de cada mujer, de cada hombre que cruza a nuestro lado. Se teme y presiente la maldad al acecho. Porque Yinabel solo tenía 32 años. Mestiza, de ojos y sonrisa vivaces.

Yinabel penetró a su vivienda tras ejercitarse. Alguien la siguió. “Poco después”, nos dice la crónica de los hechos, “se escucharon tres detonaciones”. Una impactó a Yinabel en la cabeza. Poco después, el homicida se hizo un disparo en la frente. Los cadáveres fueron encontrados sangrantes sobre el piso.

Quien observa el rostro del dominicano de contadas semanas a esta parte, pese a la pandemia, pese a la crisis, pese a los enfermos y los muertos, descubre el ánimo y el anhelo de salir hacia adelante. Un espíritu irrefrenable, decidido. Imposible no destacar la notable coherencia, la iniciativa, la actitud sobria, serena, visionaria de las autoridades recién escogidas.

Solo que como la figura del oleo, la maldad está al acecho y se estremece en su soledad y amargura.

Los despojos de este ejercicio funesto de ocho años nos amargan e indignan. El desorden absoluto, la corrupción descarada por doquier. Alguien revisa el ejercicio de las distribuidoras de energía que “gastaban hasta tres veces más que el promedio de la región”. Los miles de millones del programa de asfaltado.

Los fraudes multiplicados en todos los negocios oficiales. Los programas de las “Administradoras de Subsidios sociales” del anterior gobierno donde lo usual era “despachar productos no permitidos, adulteración de precios y balanzas, oscuras transacciones con tarjetas o cédulas por dinero, compras hechas por menores de edad, venta de productos no aptos para el consumo”.

Los miles de millones de la deuda externa, los sueldos, regalías y salarios escandalosos, el reparto del patrimonio del Estado como si fuera un bien de familia, la degradante presencia de capos y mujerzuelas por doquier.

Las cuevas del Pomier, el legado prehistórico más importante de las Antillas integradas por cerca de seis mil pinturas y 500 grabados rupestres al borde de ser liquidadas por la depredación. (Juan Terrero Pérez).

Evaristo Rubens, ambientalista, nos relata la preocupación entre técnicos, caficultores y ciudadanos conscientes ante la situación catastrófica de las lomas a lo largo de la cordillera central. La masiva devastación de miles de tareas de bosques. La degradación de ríos y arroyos.



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