
Hace seis meses, el país vivió una de sus peores tragedias colectivas con el colapso del techo de la discoteca Jet Set, en Santo Domingo.
Más de 230 personas fallecieron y casi 200 resultaron heridas.
La magnitud del evento no sólo dejó secuelas físicas y estructurales: el impacto emocional en la población dominicana ha sido profundo y duradero y plantea una pregunta urgente: ¿estamos preparados para cuidar la salud mental de la gente en tiempos de catástrofe? Jeanette Taveras, médico psiquiatra y coordinadora del Departamento de Salud Mental de los Centros de Diagnóstico y Medicina Avanzada y de Conferencias Médicas y Telemedicina (CEDIMAT), cita que, a propósito de que el pasado 10 de octubre se conmemorara el Día Mundial de la Salud Mental, bajo tema: "Acceso a los servicios de salud mental en catástrofes y emergencias".
La Organización Mundial de la Salud (OMS) plantea que para este año una de cada cinco personas, que ha experimentado una guerra o un conflicto en los últimos 10 años padece depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático, trastorno bipolar o esquizofrenia.
Destaca que en contextos de emergencia (como desastres naturales, pandemias, desplazamientos forzados o conflictos armados) la atención inmediata suele centrarse en las necesidades físicas: rescate, alimentación, refugio y asistencia médica.
Sin embargo, las consecuencias psicológicas de estos eventos son igualmente graves y de larga duración. La salud mental, frecuentemente postergada, emerge como un componente fundamental de la recuperación individual y colectiva.
Diversos estudios en salud pública y psicología de emergencias coinciden en que las catástrofes afectan significativamente el equilibrio emocional de las personas.
El estrés agudo, el miedo, el duelo y la incertidumbre pueden derivar en trastornos mentales si no se interviene de manera oportuna. Entre los diagnósticos más frecuentes posteriores a una catástrofe se encuentran el trastorno de estrés postraumático (TEPT), los trastornos de ansiedad, la depresión y el consumo problemático de sustancias.
Considerando que las situaciones catastróficas y de emergencia no suelen contar con una estrategia de planificación, este dato cobra especial relevancia en contextos donde los sistemas de salud ya están debilitados o sobrecargados.
Desafío global
Lo ocurrido en Jet Set no es un caso aislado. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los desastres naturales, pandemias y tragedias masivas desencadenan una ola de trastornos mentales: depresión, ansiedad, insomnio, fobias, estrés postraumático, e incluso aumento en el riesgo de suicidio.
Por eso, el llamado de la Federación Mundial de Salud Mental para este 2025 es directo: los países deben garantizar que los servicios de salud mental sean accesibles para todos, especialmente en momentos de crisis.
Esto implica tener profesionales capacitados, protocolos de emergencia psicológica, campañas informativas, espacios seguros para hablar del dolor y el trauma; y medicamentos disponibles y a precios accesibles.
Las respuestas psicológicas ante una emergencia varían según múltiples factores, incluyendo la magnitud del evento, la duración de la exposición, la historia personal y el apoyo social disponible.
No obstante, se reconocen patrones comunes que tienden a manifestarse en tres fases: fase aguda (durante o inmediatamente después del evento): caracterizada por reacciones de shock, confusión, ansiedad extrema o conductas desorganizadas.
Seguida de la base de reacción (días a semanas posteriores): emergen sentimientos más profundos de tristeza, pérdida, irritabilidad, insomnio y dificultad para retomar rutinas; y concluyendo con la fase de recuperación o adaptación: algunas personas logran integrar la experiencia y desarrollar mecanismos resilientes, mientras que otras pueden presentar síntomas persistentes que requieren intervención profesional.
Mayor vulnerabilidad
Aunque toda la población afectada por una catástrofe es susceptible de sufrir alteraciones en su salud mental, ciertos grupos presentan una mayor vulnerabilidad psicológica:
- Infancia y adolescencia: especialmente sensibles a la disrupción del entorno, separación familiar o exposición a imágenes traumáticas.
- Adultos mayores: con mayor riesgo de aislamiento, deterioro cognitivo o falta de acceso a redes de apoyo.
- Personas con trastornos mentales preexistentes: cuyo tratamiento puede verse interrumpido o agravado por el contexto de emergencia.
- Trabajadores de primera respuesta (personal de salud, rescatistas, voluntarios): sometidos a una presión emocional constante, con mayor riesgo de fatiga por compasión o síndrome de desgaste profesional “burnout”.Salud mental colectiva
El caso Jet Set mostró lo peor y lo mejor de nuestra sociedad: la tragedia profunda de tantas vidas perdidas, pero también la solidaridad, el heroísmo de rescatistas, el apoyo espontáneo de ciudadanos. Pero la herida emocional sigue abierta, el duelo no atendido se convierte en trauma y el trauma colectivo no resuelto puede dejar marcas en una generación entera. Las catástrofes no terminan cuando cesa el fuego, se controlan las inundaciones o se levantan los escombros. Su huella persiste en la mente de quienes las vivieron, a veces durante años. Cuidar el bienestar psicológico de las personas afectadas no sólo alivia el sufrimiento inmediato, sino que también siembra las bases para una recuperación más justa y duradera. Como sociedad, no podemos permitirnos responder a las catástrofes sólo con logística y asistencia material: la dimensión emocional debe ocupar el lugar que le corresponde en la reconstrucción de vidas.
Realidad
— Una prioridad
Reconocer la salud mental como una prioridad en la gestión de emergencias es clave para construir respuestas más humanas, eficaces y sostenibles. Debe ser parte del sistema, no sólo una reacción al desastre.
¿Cuándo se debe buscar ayuda?
- Sentimientos como ansiedad, miedo, confusión o tristeza son normales, el problema es si persisten o empeoran.
- Revivir constantemente imágenes, sensaciones, pesadillas recurrentes, sin querer.
- Cambios del funcionamiento diario.
- Uso de sustancias para “estar mejor”.
No es necesario “estar al borde” para acudir a un profesional.