El 6 de febrero, a las 06:24 GMT, hora local, en la ciudad de Elbistán, en la provincia de Kahramanmara, cerca de Gaziantep, comenzarían las primeras señales del gran terremoto de magnitud 7.8, que ahora ha sembrado un dolor inconsolable en Turquía.
A esa hora, la población durmiendo, no está en condiciones de defenderse del evento.
En la historia de los seísmos –sin contar que en estas tierras del Marmara Bölgesi, en Turquía–, han transcurrido más de 50 de ellos en el siglo pasado.
Quiere decir, que Turquía es un país altamente sísmico, y al parecer no se le enseña a la gente mucho de cómo defenderse, al respecto.
Si contamos la cantidad de simulacros en las escuelas, en las instituciones públicas, la realidad de sus edificaciones, antes, durante y después del sismo, pues, se reflejaría en las edificaciones que no soportaron el terremoto, como se esperaba.
Hoy en día, el hecho de que el concepto de sismología no se resuma de manera única y esencial en un sistema o método de los terremotos, todo se reduce a definirla como el estudio de los movimientos de los bloques de las placas tectónicas.
Los terremotos son explicados en el lenguaje de los geólogos, que se dedican a los movimientos telúricos de los volcanes y los temblores.
Esos dominios de problemas geológicos ocurren hacia adentro de la tierra, en el mundo de las rocas; pero, una vez este fuerte temblor se ha desatado arriba, en la superficie, se produce un imparable teatro de operaciones que, genera la mayor angustia, dolor e incertidumbre en los mortales humanos que están frente a un monstruoso ser que no se ve, sino que ruge muy fuerte desde el fondo de la tierra.
Son los momentos más aterradores de un terremoto, apenas en unos segundos y minutos siembra el terror y el pánico.
La masa que ha entrado en fuga, se hace conscientes de que están poseídos, y cuando este trance parece detenerse, todavía muy agitados, empieza una visible excitación en la que todos admiten que hay muchos “muertos invisibles”.
Los signos de ritmo de la masa están en los pies; los de miedo está en los ojos, y los de fuga, está en no permanecer estancada, sino en liberarse. Una masa retenida así, es lo que más se asemeja a un teatro. La fortaleza mental se convierte en característica. Pero al sexto séptimo día vuelve el pánico por los que no fueron encontrados en los escombros.
Pasado esos días, vuelve la cohesión de la población. Y todos se apoyan y se cuidan en excesos. Los niños, los heridos y los ancianos reciben el mejor cuidado. Y entonces surge el drama de los desaparecidos vivos.
Turquía lo ha hecho bien esta vez, manejando los cadáveres múltiples de esta tremenda tragedia. Ha habilitado un cementerio al aire libre en un estadio de fútbol.
Allí se alojan las fallecidos, se les embalan en bolsas, identificados por fuera con sus nombres y apellidos, una fotografía, con un número de identidad; los niños, los extranjeros, se identifican parcialmente, pero acompañados de sus fotos.
Así ocurrió en las decenas de terremotos en Japón en las últimas décadas, incluyendo el potente terremoto de 2021. En Haití, en el 2010, esto no tuvo lugar ni por asomo, cometiendo el error de incinerar los cuerpos en fosas comunes (algo que está prohibido por la ONU). ¿Qué haremos nosotros los dominicanos, en casos de un evento como este? Según los políticos, nada. Al menos en Turquía, los expertos reclaman construir mejores edificaciones y educar a la población.