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Día Nacional del Café: Por una agenda rural social de la caficultura

Virtudes Álvarez Por Virtudes Álvarez
Virtudes Álvarez

¿Si existen pactos para las problemáticas eléctrica, del agua y de educación, ¿qué impide un pacto por la caficultura?

En la caficultura dominicana existe una agenda urbana, en curso, y otra rural por definirse. No es que desde el gobierno y el empresariado así se aborde el análisis del tema, sino por aquello de que, “por sus frutos los conoceréis”. Es evidente el elevado entusiasmo en la primera agenda y de a poco se perciben sus resultados; discuten de producción y mercado; el cómo asegurarse que el proceso productivo sea lo más eficiente y eficaz posible; el cómo colocar en el mercado nacional e internacional el mejor producto. ¡Bien por ellos! Pero contrasta con el desinterés por la segunda agenda: la social-rural, que ni existe.

Reiteramos la vieja demanda de que la realidad social de las comunidades cafetaleras sea parte de la integralidad de la política de desarrollo nacional; que exista una agenda oficial que discuta no solo de la producción cafetalera, sino también sobre las manos que producen el café. En una lógica de derechos vale plantear el debate para conocer la situación del más importante eslabón de la caficultura dominicana: la de sus trabajadores y trabajadoras, el caso que nos ocupa. Porque sin ellas es imposible la cosecha. Sin embargo, son excluidas del análisis de la realidad de dicho sector económico, y peor si se tocan los puntos de comercialización, ganancias y distribución de las riquezas generadas por la industria.

Ya sabemos que la presencia y aportes de las mujeres del café no están registrados en las cuentas nacionales ni en las memorias oficiales, del masculinizado sector cafetalero. Y esa invisibilización es parte de la deuda social del Estado con las mujeres, que no es sólo documental y estadística, sino reflejo del fondo del problema: la apropiación del trabajo de las mujeres en amplias ramas de la economía, y la caficultura no es la excepción.

La administración del presidente Luis Abinader declaró entre sus prioridades la recuperación de la caficultura; el mandatario anunció el 19 de noviembre del 2020, en Rancho Arriba, provincia San José de Ocoa, “el gobierno prestará mil millones de pesos, a tasa cero, para productores de café con el fin de mejorar los campos y disminuir la pobreza en el país”. Como se dice en el barrio dominicano “eso no alcanza para el café”. Aquel fue un buen anuncio, pero una asignación insuficiente.

Para el gobierno la recuperación de la caficultura se limita al componente agrícola (pre y post cosecha), no incluye las condiciones de vida de la familia cafetalera y menos el reconocimiento de los aportes de las mujeres. Lo tangible y lo intangible: su trabajo social y doméstico realizado y no pagado. Es decir, su liderazgo comunitario y familiar, organización y capacidad de movilización para lograr propósitos.

¿Por qué esos aspectos no aparecen en los análisis de las políticas cafetaleras, ni en el plan de recuperación de la caficultura anunciado por el presidente Luis Abinader?

No habrá tal recuperación sin las mujeres. Lo saben las autoridades y el empresariado del sector, pero prefieren ignorar esta verdad, porque admitirla les obligaría a revalorizar su trabajo y esto tiene un elevado costo social y político.

Porque el día que las mujeres del café sean conscientes de cuál es el valor económico y social de su trabajo, ese despertar se convertirá en semilla en la que germinará la conciencia de clase, y entonces ya no solo exigirán salario digno, mercado justo y seguro agrícola, titularidad de la tierra y distribución de las riquezas que genera el café, sino que irán por sus derechos políticos, económicos y culturales.

Y entonces, la patronal cafetalera y el gobierno, ya no podrán explotarlas tan fácilmente, ni tratarlas como la borra del café en el campo.

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