
La concurrencia de situaciones complicadas que en estos días se le imponen a la población, aparte de las que cada cual pueda cargar por cuenta propia, deberían ser analizadas por especialistas de la salud mental y por la política, esta última por causas atendibles, como puede serlo la prevención.
Al entrar en el último tercio de agosto, que junto con septiembre forma el período más caluroso del año por razones que posiblemente los meteorólogos saben explicar, nadie puede sustraerse de las altas temperaturas, ni de los apagones, de tener que confrontarse con el congestionamiento del tránsito de vehículos, con los efectos directos o indirectos de la apertura del año escolar, arenilla africana en la atmósfera y de la carestía de la vida.
Esta lista no es exhaustiva, pero parece suficiente para entender que cualquier conglomerado humano obligado a soportar juntas estas calamidades está sometido a una situación de alto estrés.
Sin contar, desde luego, con las dificultades que puedan acompañar a cada quien, como pueden ser los quebrantos de la salud propios o de algún familiar, deudas, desempleo, dificultades para la estabilización de un negocio, litigios o inseguridad personal.
Claro está, el verano dominicano siempre ha sido de esta manera y es posible que el tiempo de calor extremo siempre haya llegado, si no con todas, con varias de las dificultades referidas en los párrafos precedentes.
Aunque parezca un contrasentido, el tiempo más complicado para la política en el país llega después de las fiestas de fin de año y alrededor de la conclusión del primer cuatrimestre, cuando la temperatura es fresca y la naturaleza despierta con la primavera.
El sopor del verano, por lo visto, “amema”, y el amemao aguanta, aprieta los dientes y deja pasar.