
Haití necesita de todo, y entre lo necesario está, sin dudas, una reforma política como la anunciada esta semana para sustituir una Constitución con 39 años de vigencia en una época de cambios vertiginosos en todos los campos.
Siempre, sin embargo, es oportuno preguntarse si en medio de una crisis multifactorial la política es la vía más segura para empezar.
Tal vez lo primero de lo que deberían de ocuparse los haitianos es de la seguridad, a continuación orientar sus esfuerzos a los asuntos económicos, sanar a seguidas tantos entuertos sociales como les sea posible y encarar entonces, con más o menos firmeza, reformas políticas.
Sin soluciones en lo económico y lo social parece improbable que se puedan afrontar con éxito los asuntos del poder y sus reglas, de las que tal vez nadie se ocupe en ausencia de seguridad personal, una buena perspectiva material y por lo menos una lucecita en áreas como la salud, la higiene pública, seguridad nacional, educación, energía eléctrica y agua por cañería.
La elaboración de la breve lista de urgencias sociales, en el párrafo precedente, deja ver la calidad del trabajo pendiente en Haití, la clase de liderazgo del que están necesitados y la inutilidad de buscar soluciones en el campo de la política en las circunstancias presentes.
Cuando mataron al presidente Jovenel Moïse, el 7 de julio de 2021, exploraba las vías para una reforma de la Constitución.
Entre sus propósitos, hasta donde ha sido dado conocer, estaban cambios como los que ahora sugiere el Comité Directivo de la Conferencia Nacional, orientados a la eliminación de la figura del Primer Ministro, concentrar las funciones de gobierno en el Presidente y dotar a la política haitiana de la figura vicepresidencial.
Ocuparse ahora de estos asuntos es tratar de dominar a la culebra por la cola.