Cruzada de este tiempo

La posición del presidente Donald Trump frente a las migraciones desde los países pobres a las ricas y poderosas naciones se parece cada vez más a una “cruzada”, si no en el sentido militar que tuvieron estas expediciones, en el vigor que pone en combatirlas y en los esfuerzos realizados en sumar voluntades para su causa.
El presidente quiere que Europa se ponga en línea con su política contra los inmigrantes ilegales.
Asumir posiciones duras contra la inmigración sin orden, al margen de las necesidades del receptor, puede ser en algunos casos asunto de seguridad nacional.
Visto de esta manera, las posiciones aceradas contra las inmigraciones sin tasa, al margen de registros y de calificaciones, pueden ser consideradas un deber.
Pero las migraciones son también un síntoma. Lo son de las incapacidades de los líderes nacionales para garantizar estabilidad, desarrollo con austeridad y demostrar decencia a la vez.
En un mundo unificado alrededor del comercio, las políticas internacionales de las grandes naciones y de sus estilos de vida, la insatisfacción de necesidades creadas bajo estas expectativas son, también, motor de la movilidad humana contra la que el presidente Trump tuvo una posición dura en su primer mandato y durante la pasada campaña electoral, lo mismo que en la administración iniciada en enero pasado.
Bajo este signo de las expectativas, el vecindario latinoamericano ha establecido una firme delegación popular en los Estados Unidos de América y en Europa lo han hecho los países africanos.
Nosotros, que sufrimos la presión de la migración haitiana, impulsada por la crisis de aquel país, también tenemos una delegación en los Estados Unidos que supera los dos millones de personas.
Todos sabemos lo que significan los envíos de estos migrantes para la economía, pero también estamos al corriente de cómo pesa sobre las vidas de aquellos dominicanos la presión del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas.