Una de las cosas a las que nos enfrentó la pandemia cuando tuvimos que quedarnos sin salir de casa, fue
descubrir que muchos no sabíamos estar con nosotros mismos.
El ritmo acelerado en el que vivimos permite pocos momentos de verdadera introspección, y cuando tenemos la oportunidad, como ahora con el paso de Melissa, entramos en un estado de desconcierto, aburrimiento y culpabilidad por arrastrar mil pendientes.
Es complejo estar solo. Es difícil estar sin poder hacer algo. La mente empieza a dar mil vueltas para evadirse. La necesidad de estar ocupado, de buscar espacios con gente y no quedarse solo, se multiplica.
Y definitivamente es necesario estar con uno mismo.
Es necesario ser capaces de mirarse en un espejo y ser sinceros. De reconocer aquellas situaciones que te preocupan y vas postergando, aquellas que te hacen feliz y tienes aparcadas y, sobre todo, pensar si te
sientes bien con la persona que eres en ese momento.
Puede sonar inútil, pero si te paras a pensar cuándo fue la última vez que te sentiste verdaderamente a gusto contigo mismo, que decidiste tomarte tu tiempo para analizarlo que haces, quién eres, hacia dónde vas y qué quieres realmente de la vida, estoy casi completamente segura de que no sabrías qué contestar.
Y que conste que no es algo que haya que planificar como el resto de las responsabilidades. Debe salir natural, fluir y encontrar su espacio en nuestro ajetreado día a día.
Es importante encontrar esos momentos de soledad elegida en donde seamos capaces de hacer un alto en el camino para reiniciar todo aquello que es imprescindible y que nos motiva a seguir hacia delante con más fuerza.
Nadie te va a conocer, juzgar, perdonar e impulsar como tú mismo. Date esa oportunidad.