
Cuando era pequeña, mi abuela siempre me preguntaba por mis amigos, compañeros…, a veces con mucha insistencia. Según fui creciendo, así incrementó su interés por saber todo acerca de con quién me juntaba.
Un día no le gustó la respuesta, frunció el ceño y me dijo algo que siempre he tomado en cuenta: “Las personas que elijas fuera de tu familia, aquellas que se van a convertir en parte de tu vida, deben tener dos cualidades innegociables.
La primera, que no sean un obstáculo para que siempre hagas el bien a los demás. La segunda, que cuando las cosas se pongan difíciles, no desaparezcan. Y terminó: esa amiga no tiene ninguna de las dos cualidades”.
Evidentemente, dejé de frecuentar a esa persona y, desde ese momento, empecé a preguntarme una serie de cosas cuando conocía a alguien o, de alguna manera, pasaba a formar parte de mi círculo. Con el tiempo, reafirmé que las palabras de mi abuela fueron un sabio consejo, pero además fui sumando cosas a la lista, fruto del mismo aprendizaje de vida.
Hay que rodearse de personas que te motiven, te reten y hagan que descubras cualidades de ti mismo que ni tú sabías.
Estar cerca de aquellos que no te juzgan, pero sí te guían cuando lo necesitas o lo pides. Ni hablar de esas personas cuya bondad es tan genuina que te transmiten lecciones de cómo ser cada día un poco mejor. También, las que ríen a carcajadas y te contagian esa alegría de vivir.
Estas son las que tú puedes decidir. Luego llegan las que, sin tú querer tener cerca, debes aceptar por diferentes circunstancias y esas, de alguna manera, te enseñan paciencia, tolerancia, respeto y empatía. Mira a tu alrededor, cuida a quien cada día te hace ser mejor.