Ciencia y democracia
En estos tiempos se ha popularizado a palabra “fascismo”. Jeremy Bentham, uno de los mejores abogados de la democracia, advirtió que las democracias acabarían mal, pero mantuvo el espíritu de que esta pudiera conseguir mejores y buenas razones.
Otros filósofos lanzaron invectivas contra la democracia; y surgió el culto al héroe, por encima al del ciudadano corriente que hoy degeneró en el culto al fascista.
A todos los gobernantes que se tildan de fascistas, preocupa en ellos su carácter anticientífico y antidemocrático. Según el criterio de las clases pensantes, a ellos no les interesan los ciudadanos como individuos, sino que la fuerza social que representa pueda servirle de apoyo.
Posiblemente, la ciencia, la forma de desarrollo de una filosofía política y social, sea quien evite esos peligros y ponga a rodar la democracia como una gran rueda.
Sólo las ruedas de la máquina empiezan a funcionar mal cuando el gobernante asume el puesto de un dios. Se atribuye a Bertrand Russell la teoría de las tres ruedas de la máquina de la democracia: a) el héroe; b) el hombre corriente, y c) “el diente de la rueda de la máquina” (la democracia).
En nuestra América Latina, países como Cuba, Nicaragua y Venezuela son sistemas políticos que rechazan la democracia, promoviendo la figura del “héroe”, que termina centralizando un gobierno en base a las cualidades inherentes a su propia figura (un líder autoritario).
Es paradójico que los gobernantes de estos países, que ejercen el control total del Estado, suprimen las libertades individuales y eliminan a la oposición política, acusen de ´fascistas´ a los gobernantes que se subordinan al orden constitucional de las democracias.
¿Cómo sirve la ciencia a la democracia? Según lo que he intentado plantear arriba, además de proporcionar datos científicos para la vida en sociedad, creemos que cuando entran en conflicto estas realidades, la democracia puede alcanzar una mayor prioridad sobre la ciencia, por el tema de la dignidad como un derecho fundamental; porque, qué ciudadanos se formaría en una democracia abandonada por el progreso científico.
En la narrativa histórica, se nos dice con frecuencia que la democracia es la encarnación de los mejores rasgos de Occidente, que a la par del discurso político, las reformas sociales potencializan nuestras “ideas occidentales” sobre las instituciones científicas que pueden encarnar mejor el espíritu de la democracia social occidental
.
La ciencia es método para la democracia, y desde el siglo XIX ha hecho del mundo “un lugar mejor para vivir”, proporcionando “valores” que son fundamentales en una democracia saludable, “ya que los ciudadanos deben poder cuestionar, debatir y analizar las políticas y acciones del gobierno de manera racional”.
Hay muy buenos ejemplos que podemos ofrecer: un Javier Milei centrado en utilizar métodos econométricos para cambiar la suerte de su país Argentina, disminuyendo la hiperinflación; ahora, Trump enfrenta abiertamente a su propia Agencia para el Desarrollo Internacional, que se apartó de la ciencia para mejorar otras democracias, una organización a la que llamó “criminal”, y que ha iniciado una audiencia para la congelación de fondos de la USAID.
En nuestra cultura occidental, las nociones de “ciencia” y “democracia” está están soldadas entre sí, si bien la ciencia ofrece la verdad “dura” y “objetiva”, la democracia se va corresponder con esa realidad.
El problema ahora es que hay un tipo de verdad que no es positivo a la dignidad con la que tienen que vivir los ciudadanos (los hombres corrientes) en cuestionadas democracias, que parecen en ruinas.
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