¿Cavilaciones?
Así como la democracia significa leyes, reglas y controles, la política es el arte de prevenir los problemas y resolverlos cuando se les tiene encima.
Como estoy convencido de ello, no salgo -aunque quisiera- de mi estupor al percibir el poco carácter y pobreza de talento donde debería haber de sobra y en donde, por los constantes desengaños, nadie espera ya que haya.
Las situaciones derivadas de crisis políticas son las que demandan fortaleza, intrepidez y una firme capacidad creativa por parte del equipo que esté conduciendo los destinos de cualquier país.
Sin embargo, en nuestro caso, a pesar de la oportunidad que brinda la actual circunstancia de acoso y derribo de la que somos objeto, nadie desde el Palacio Nacional se ha atrevido promover nada decoroso Por lo crucial para nuestra convivencia y bienestar de la sociedad toda -que por lo visto a nadie importa-, quizás es tiempo de preguntarse cómo es posible que no haya sucedido algo sorprendente que restablezca la confianza y responda satisfactoriamente al descontento generado por la pasividad del gobierno ante tanto escarnio.
Interpreto yo que ha ido demasiado lejos como para que no tenga algún percance al resbalar si intenta alguna brusca frenada, pues la política de dejar “a que se pudran solas las cosas” podría llevarnos hasta el hartazgo y conducirnos a situaciones tóxicas con graves consecuencias al interpretarse su proceder como una forma de ponernos piedras en el camino.
Pero la independencia de criterio exige de valor para pensar y mucho más que valor para actuar; camino despejado -para quien le valga el estímulo- por una de las enseñanzas del filósofo alemán Friedrich Nietzsche y que vale la pena rescatar de la segunda mitad del siglo XIX: «ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo».
Aun advirtiendo un descarado -y no menos perverso- uso de la maleabilidad que ofrece el subdesarrollo y la ignorancia, mitiga un poco mi sed el hecho de que -al fin y al cabo- es imposible engañar a todos todo el tiempo.
Como no me fío y no me gusta esta incertidumbre perniciosa, estoy desde ya rebobinando mis ideas buscando vías y maneras de acicalar el palacio para que este no pierda su trascendencia.
Sé -mejor que nadie- que mis opiniones pueden que no sean más que unas fatuas cavilaciones; pero, más allá de eso y sin alternativas inmediatas posibles, llevaría con distinción y prestancia el pesado fardo de cuatro años más si fuera ese el desenlace inevitable, porque el estilo, hermano mío, no puede perderse nunca.
No importa que la carga te vuelva un escayolado minusválido de andar lerdo y pesaroso; las cosas -más tarde o más temprano- cambian… siempre cambian.
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