Carta desde México
Mucha algarabìa ha causado el triunfo del llamado “Nuevo Cine Mexicano”, por la reciente entrega del Oscar a los mexicanos Alfonso Cuaròn, Emmanuel Lubetzki y la mexico-keniana Lupita Niong`o. Pero ese nuevo cine no nace de la nada.
Fue en 1896 cuando los hermanos Lumière enviaron dos de sus asistentes a México, contratados por el afrancesado Porfirio Díaz, para documentar lo actos públicos del dictador. Más tarde, desaparecido don Porfirio, se filmarían hechos, batallas y escenas campiranas de la Revolución: Francisco Villa y su División del Norte, Emiliano Zapata y El Ejército del Sur, las Adelitas, la toma del Palacio Nacional por los dos héroes, y tantas historias más.
Sería en 1931 cuando se estrenó “Santa”, la primera película hablada y se inicia la Época Dorada del cine mexicano con Lupita Palomera, Ramòn Novarro, Gilbert Roland, Dolores del Río, Tito Guizar y su inolvidable “Allà en el Rancho Grande”, todos bajo la iluminación y cámara de Gabriel Figueroa, uno de los mejores cinefotógrafos del mundo.
Para los que vivimos las décadas de los 40 y 50 en la Capital, nunca olvidaremos las tardes, noches y tandas “vermù” en las salas y “gallineros” del Rialto, Olimpia, Encanto, Max, Independencia, entre otros. Ver e imitar las actuaciones de María Féliz en “Doña Bárbara”, Joaquìn Pardave en “Qué tiempos aquellos, Don Simón”, Cantinflas en todas sus películas, Pedro Armendariz, los estupendos hermanos Soler, sobre todo Fernando, Arturo de Còrdova, “El Charro Cantor”, Jorge Negrete, Sara García, “la madre de todos”.
Y qué decir de las preciosas rumberas, casi todas cubanas, como Ninón Sevilla, María Antonieta Pons, Rosa Carmina y tantos más que se escapan de mi mente.
Qué bueno que hay nuevo cine mexicano, pero, por favor, no olvidemos al viejo.
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