Nadie podrá negar el prestigio que conlleva el libro impreso después de siglos de su edición, como lo tuvieron el papiro, el pergamino, los rollos, los incunables y los libros artesanales.
El libro electrónico nunca sustituirá el arte del coleccionismo, pues no podemos olvidar que detrás del libro físico hay un fetichismo, una pasión bibliófila, un “vicio impune” -como dijo Valery Larbaud.
No podemos olvidar que el hombre es un ser amante de coleccionar cosas y de atesorar el apetito de posesión única. Por mucho que se diga, atesorar libros es un vicio, una bibliomanía, en algunos casos, que se vuelve un estilo de vida, una enfermedad del espíritu, cura de neurosis, psicosis, y aun de déficit de atención.
Una estrategia que permitirá la competencia y la sobrevivencia del libro reside en la especialización de las librerías por aéreas: de cine, de comics, de novelas policiacas o históricas, de artes, de viaje, de autoayuda, etc.
Las librerías tradicionales podrían sobrevivir si se enfocan hacia el turismo y se colocan en plazas comerciales, renuevan su diseño arquitectónico y diversifican su oferta: combinando libros con otras mercancías, colocando restaurantes y cafés, y creando espacios para reuniones empresariales y de negocios. Jorge Carrión, en su maravilloso libro titulado “Librerías”, prefiere hablar de “Cafebrería”.
De modo, que las librerías sobrevivirán pero integradas a pastelerías, comidas, ludotecas y sala de música, de suerte que atraigan a los clientes y los induzcan a permanecer en ellas un buen tiempo, incluso con su familia. Tendrán entonces que transformarse y modernizarse, si quieren competir y pervivir como negocio editorial. Necesitarán crear su página web (como ya lo hacen muchas) para vender por internet y a domicilio, como lo hacen los “deliverys” de los colmados dominicanos.
La cultura de visitar librerías y hacer turismo de librerías nace en la adolescencia y la juventud, no en la adultez. Quien no cultivó temprano ese hábito ya no lo hará en la madurez.
Las librerías son mutantes. Leemos en kindleo compramos el libro en Amazon, pero para comprar en esta tienda virtual hay que conectarse a internet. El problema de la tecnología reside en el carácter efímero de los aparatos, que no bien aprendemos a usarlos, cuando ese modelo es reemplazado por otro más novedoso y sofisticado.
De modo que siempre estamos como Sísifo, en un constante aprendizaje, y desechando los modelos, mientras que el libro físico es -y ha sido- permanente, y por ende, no requiere de ningún entrenamiento para su manipulación, como sí lo requieren todos los aparatos electrónicos de lectura.
El autor hoy puede ser editor y diseñador de sus propios textos, traducirlos y manipularlos hasta lo inimaginable. Tras siglos de permanencia, el libro entra en una fase de obsolescencia con nuevos soportes electrónicos. Esta lógica habrá de cambiar la relación nuestra con los textos.
La crisis de la lectura es general: abarca ambos mundos. No es cierto que los jóvenes están leyendo más que antes y, mucho menos, libros totales. Recuerdo a Carlos Fuentes decir, cuando vino a Santo Domingo en 2010: “Los jóvenes no han leído nunca. Cuando yo era joven, en México, solo algunos jóvenes leíamos”.
Sabemos y estamos conscientes que el mundo editorial ha cambiado y dado un giro, de un mundo análogo a un mundo digital, y que esta realidad, desde luego, está impactando en nuestros hábitos cotidianos y en nuestra mentalidad. Sin embargo, conviene destacar que, en sociedades con grandes abismos y exclusiones materiales, habrá una brecha entre lo digital y lo tradicional.
El acceso a la lectura digital estará determinado por los factores de exclusiones e inclusiones sociales, que son muy evidentes en los países de América Latina y África con respecto a los países de Europa, Asia o a Estados Unidos.
De suerte que la universalización de la lectura digital será una utopía, ya que la mitad de la población pobre del mundo no puede comprar tabletas, una computadora o tener acceso a internet.
Hasta que no se supere ese hiato, no habrá sustitución del libro físico por el digital, amén de la competencia empresarial que involucra la cadena del libro, desde su impresión y distribución hasta su comercialización.